Opinión
Petro desenfunda la espada… contra la democracia

Por: Felipe Ferro
El pasado primero de mayo, mientras el país conmemoraba el Día del Trabajo, Gustavo Petro protagonizó un acto más de su ya habitual espectáculo populista y pendenciero. En una tarima teñida de rojo y arrogancia, desenfundó la espada de Bolívar no como símbolo de libertad, sino como amenaza explícita: “si no hacen lo que yo digo, el país arderá”. Con tono mesiánico, el presidente habló de paz agitando una espada, habló de democracia denigrando las instituciones (sí, las mismas instituciones que le permitieron llegar al poder) y culpó al Congreso de la muerte de un líder social, como si él no fuera el principal responsable del desgobierno que entregó el país a las disidencias, al ELN y al Clan del Golfo. Paradojas de un gobernante que, mientras más habla de paz, más se abraza con la violencia.
Petro, borracho de megalomanía, se inventó una consulta popular disfrazada de reivindicación laboral, pero que en realidad es un dulce envenenado. Quiere adelantar su campaña presidencial perpetua, vendiéndole a los trabajadores un paraíso que en realidad es un infierno laboral. Porque sí, claro que hay que mejorar las condiciones del empleo, pero no así: no a las malas, no engañando, no destruyendo lo que se ha construido con esfuerzo. Según Fedesarrollo, la reforma que propone podría destruir más de 500 mil empleos formales. Una medida que, en nombre de los trabajadores, terminará dejándolos sin trabajo. Que no les pase a los trabajadores lo que le está pasando a la salud, que este gobierno la enterró.
Le puede interesar: El rostro que irrumpe: una aproximación a la otredad
Pero Petro no quiere diálogo, quiere obediencia. No quiere consensos, quiere sometimiento. En su discurso no hubo lugar para el debate ni para la institucionalidad. Amenazó con cambiar las reglas del juego si la democracia no le da la razón. ¡Qué ironía! Él, que llegó al poder gracias a las instituciones democráticas que hoy desprecia, amenaza con destruirlas si no se arrodillan ante sus caprichos. En Colombia, señor presidente, no se gobierna con espadas ni con arengas incendiarias, sino con argumentos, consensos y respeto por la Constitución.
Es aún más infame que haya culpado a los congresistas que no votaron su reforma de la muerte de un líder social en el Cauca. ¿No fue su fallida «paz total» la que fortaleció a los grupos armados? ¿No ha sido su permisividad la que dejó crecer el control territorial de las disidencias? En lo que va del 2025, más de 70 líderes sociales han sido asesinados, y más de 40 miembros de la fuerza pública han muerto a manos de criminales con los que su gobierno insiste en dialogar como si fueran héroes y no asesinos.
Con su discurso del primero de mayo, Petro ondeó no una bandera de esperanza, sino la de la guerra a muerte. Un mensaje claro: “los que no están conmigo, están contra mí”. Este no es un presidente que busca unir, es un agitador profesional que sueña con convertir a Colombia en la próxima Venezuela. Pero aún estamos a tiempo. La espada no puede vencer a la ley. Y la democracia, aunque herida, aún puede defenderse.