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Opinión

El rostro que irrumpe: una aproximación a la otredad

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

Hay miradas que no podemos sostener. La del otro que no entendemos: la del que sufre distinto, ama distinto, reza distinto. ¿Qué hacemos con ese rostro que nos interrumpe la comodidad?» Esta pregunta nos sitúa precisamente ante el núcleo de la cuestión: la otredad como interpelación ética fundamental que exige reconsiderar nuestros marcos de comprensión (Levinas, 1977). Pues, la cuestión de la otredad emerge como un desafío ético fundamental de nuestro tiempo, especialmente ante los crecientes contactos entre diferentes culturas, ideologías y formas de vida.

Cuando hablamos de «otredad» nos referimos simplemente a la condición de ser diferente, de ser «otro» frente a quien se considera a sí mismo como referencia. Este otro no es solo quien pertenece a grupos históricamente marginados —el indígena, el migrante, la persona empobrecida— sino también quien piensa, siente o cree de manera distinta a nosotros, incluso desde posiciones de privilegio. Si bien podemos entender la otredad como la simple distinción entre tú y yo, entre nosotros y ellos, Butler (2009) nos advierte que reconocer al otro implica mucho más que una clasificación: conlleva una responsabilidad ética hacia esa persona diferente. Para Levinas (2006), el «rostro del otro» representa mucho más que una metáfora; es la expresión concreta de su humanidad vulnerable, expuesta y desnuda ante nosotros. Cuando Levinas afirma que «el rostro habla», nos señala una exigencia inmediata, esta exigencia no es abstracta: consiste en un imperativo concreto de no dañar, de proteger, de responder por esa vida que se nos presenta en su fragilidad.

En palabras de Octavio Paz

[…] para que se pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia,

no soy, no hay yo, siempre somos nosotros […]

(Fragmento de Piedra de sol, de Octavio Paz)

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Esta paradoja constitutiva de la identidad supone que solo en el encuentro con la alteridad llegamos a ser quienes somos; la mismidad se configura, paradójicamente, en la salida hacia lo otro. Sin embargo, durante muchos años, hemos apreciado con reduccionismo la visión del otro, aunque existen muchas formas de interpretación queremos resaltar las siguientes: En primer lugar, tendemos a convertir al otro en un objeto que podemos etiquetar y clasificar según nuestras propias categorías; así, lo que es genuinamente diferente queda domesticado, convertido en algo que podemos controlar y comprender desde nuestros propios términos (Heidegger, 2009). En segundo lugar, existe una simplificación política que Santos (2010) identifica como «multiculturalismo liberal»: celebramos aparentemente la diversidad mientras mantenemos intactas las desigualdades de poder, es decir, reconocemos al diferente solo cuando no cuestiona realmente el orden establecido ni nuestros privilegios. Finalmente, el tercer reduccionismo, como señala Derrida (1997), consiste en burocratizar nuestro encuentro con el otro: establecemos protocolos, normas y procedimientos rígidos que nos «protegen» de la verdadera sorpresa y el desafío que supone encontrarnos con alguien radicalmente distinto.

Frente a estas simplificaciones, necesitamos un abordaje que reconozca el carácter complejo e irreductible de la otredad. Morin (2011) nos invita a entender al otro como una realidad abierta y dinámica que nunca puede ser completamente comprendida desde nuestras categorías limitadas. El encuentro con la diferencia no es principalmente una experiencia de conocimiento, sino una experiencia ética de responsabilidad que antecede incluso a nuestra libertad.

En un mundo fragmentado por la diferencias políticas, religiosas, culturales ideológicas, entre otras, no se trata de romantizar la otredad ni de disolverla en un abrazo ingenuo; se trata de asumir la tensión irresoluble que supone vivir con lo que no comprendemos del todo, con lo que nos cuestiona, con lo que nos obliga a desplazarnos de nuestras certezas. Esta tensión, lejos de ser un problema por superar, constituye el espacio mismo donde lo humano se juega su posibilidad más radical: la de reconocer que toda identidad se construye en el umbral del encuentro con lo otro.

Referencias

Butler, J. (2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad. Amorrortu.

Derrida, J. (1997). Adiós a Emmanuel Levinas. Palabra de acogida. Trotta.

Heidegger, M. (2009). Ser y tiempo. Trotta.

Levinas, E. (1977). Totalidad e infinito: Ensayo sobre la exterioridad. Sígueme.

Levinas, E. (2006). Humanismo del otro hombre. Siglo XXI.

Morin, E. (2011). Introducción al pensamiento complejo. Gedisa.

Paz, O. (1990). Piedra de sol. Fondo de Cultura Económica.

Santos, B. S. (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Trilce.

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