Opinión
Oralidad y conocimiento vivo
Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.
Una abuela mece su silla en el corredor mientras teje palabras. No lee; cuenta. Sus manos acompañan el ritmo de una historia que no necesita páginas porque habita en su voz, en su gesto, en la cadencia precisa que aprendió de su propia abuela. Podría estar en cualquier rincón de Colombia, de América Latina, del mundo. Esta escena, aparentemente cotidiana, representa mucho más que un acto nostálgico: constituye una forma de conocimiento que ha estructurado la conciencia humana durante milenios y que enfrentamos el riesgo de perder justo cuando disponemos de más tecnologías para preservarla.
La tradición oral no solo preserva información; construye identidad. Lo que para unos son mitos o leyendas, para otros -en especial comunidades originarias- constituyen deidades vivas, espíritus protectores o memorias ancestrales que estructuran la relación con el mundo (Lema, 2024). Esta pluriversidad de significados evidencia que existen múltiples formas de entender una misma narrativa, de habitar el territorio. En nuestro contexto colombiano, las narrativas orales articulan cosmovisiones; son matrices vivas que concentran elementos epistémicos, axiológicos y pragmáticos de la cultura.
Desde la filosofía, Ricoeur (2004) mostró que la identidad narrativa articula el tiempo vivido y el tiempo narrado; no obstante, centró su atención principalmente en el texto escrito. ¿Qué ocurre cuando la identidad se configura no desde la lectura solitaria sino desde la escucha comunitaria? La narrativa oral posee una dimensión performativa irreductible: la voz que cuenta modula, enfatiza, calla estratégicamente; el cuerpo del narrador gestualiza; la audiencia responde, ríe, se estremece. Esta teatralidad inherente crea una experiencia de conocimiento radicalmente diferente: comunitaria, situada, encarnada.
En América Latina, la reivindicación de las tradiciones orales se inscribe necesariamente en los debates contemporáneos sobre decolonialidad del conocimiento. Walsh (2009) advierte el riesgo de reducir los saberes ancestrales a lo folclórico o exótico; por ello, nos interpela a reconocerlos como sistemas epistémicos legítimos y complejos. La tradición oral indígena, afrodescendiente y campesina porta saberes sobre ecología, medicina, agricultura, astronomía, ética comunitaria y resolución de conflictos transmitidos durante generaciones mediante la palabra hablada. Al respecto, Zaruma et al. (2023) destacan la diversidad de prácticas culturales entrelazadas con la cosmovisión indígena y la naturaleza, reflejadas en rituales y tradiciones fomentan una comprensión holística del mundo fusionando cultura, espiritualidad y ecología.
No obstante, la valoración académica de estas narrativas orales enfrenta, obstáculos estructurales. La universidad, como institución fundamentalmente letrada, privilegia el conocimiento codificado, publicado, citado. ¿Cómo reconocemos la autoría intelectual de un mito transmitido durante siglos? ¿Cómo integramos en nuestros currículos saberes que rechazan la fragmentación disciplinar? La oralidad ancestral como estrategia pedagógica permite fortalecer la identidad cultural en estudiantes de educación básica (Carabaly et al., 2022); sin embargo, su incorporación real en los sistemas educativos formales sigue siendo marginal, confinada frecuentemente a proyectos piloto o celebraciones esporádicas.
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Esta transición hacia lo digital presenta una paradoja inquietante. La migración, la urbanización acelerada y la penetración de dispositivos en edades tempranas erosionan los canales tradicionales de transmisión oral: los abuelos ya no cuentan historias porque los nietos están absortos en pantallas; las lenguas originarias ceden terreno ante el castellano hegemónico; los relatos fundacionales se diluyen en una sola generación. Las tecnologías digitales pueden convertirse en aliadas para la preservación de la tradición oral; sin embargo, la mera digitalización de contenidos no garantiza su pervivencia cultural. Esto último requiere la formación de nuevos narradores, la creación de espacios comunitarios de escucha y la valoración social del acto narrativo.
Nuestra tarea, entonces, es doble: documentar y preservar mediante tecnologías apropiadas las tradiciones orales que aún perviven; pero también, y quizás más importante, crear las condiciones sociales, educativas y políticas para que esas tradiciones sigan vivas. La oralidad no se archiva: se cultiva. Solo donde la palabra circula libremente, el conocimiento permanece vivo y la memoria sigue siendo comunidad.
Las narrativas orales nos enseñan algo que nuestras sociedades hipermodernas tienden a olvidar: que el conocimiento no es solo información acumulada, sino también relación, comunidad, tiempo compartido. Frente a la soledad de la pantalla, la tradición oral nos ofrece el calor de la voz que narra y la imaginación de quien escucha. Por ende, preservar la tradición oral no es rescatar el pasado: es afirmar que el conocimiento sin vínculo ni raíz pierde sentido.
Referencias
Carabaly, L., Noguera, L., & Perlaza, S. (2022). Oralidad ancestral como estrategia pedagógica para fortalecer la identidad cultural en estudiantes de educación básica. Orkopata. Revista de Lingüística, Literatura y Arte, 1(1), 7-21. https://doi.org/10.35622/j.ro.2022.01.001
Lema, J. (2024). Registro de las memorias y tradiciones orales para la puesta en valor de la identidad en los habitantes del cantón Pallatanga de la provincia de Chimborazo [Tesis de grado, Universidad Nacional de Chimborazo]. https://n9.cl/l6ggc5
Ricoeur, P. (2004). La memoria, la historia, el olvido. Fondo de Cultura Económica.
Walsh, C. (2009). Interculturalidad crítica y educación intercultural. En J. Viaña, L. Tapia, & C. Walsh, Construyendo interculturalidad crítica (pp. 75-96). Instituto Internacional de Integración del Convenio Andrés Bello.
Zaruma Pilamunga, O., Vásconez Torres, M. J., Chávez Gavilánez, E. O., & Yánez Arteaga, W. A. (2023). La oralidad, pedagogía de conservación de saberes en culturas indígenas del cantón Guaranda, Provincia Bolívar. Journal of Science and Research, 8(4), 314-332.