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Opinión

La procrastinación

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

El término procrastinación deriva del verbo latino «procrastināre», que combina «pro» (hacia adelante) y «crastinus» (relativo al mañana), significando literalmente «dejar para mañana». Sus raíces históricas se remontan al Egipto del año 3000 a.C., donde se utilizaba este concepto para referirse a la «costumbre de evitar el trabajo y al estado de pereza de una persona ante una actividad necesaria para subsistir» (Steel, 2007, p. 66).

Esta antigua preocupación por la postergación de tareas continúa vigente y se ha intensificado en nuestra sociedad actual, marcada por la inmediatez y la sobreestimulación digital. La línea entre el descanso necesario y la procrastinación se ha vuelto cada vez más difusa, generando confusión sobre cuándo estamos descansando y cuándo estamos evadiendo responsabilidades.

En este contexto, resulta esclarecedora la postura del profesor Alex Silgado (2024) de la Universidad del Tolima, quien enfatiza que es fundamental hacer pausas durante nuestras actividades, pero -contrario a la creencia popular- estas no deben ser activas. Es decir, no deberían llenarse con otras tareas o actividades estimulantes, pues esto impide la verdadera recuperación mental y física que necesitamos.

La procrastinación no es simplemente «pereza». Es un fenómeno complejo que involucra factores psicológicos, emocionales y sociales. Las investigaciones revelan que sus causas pueden incluir el perfeccionismo paralizante, el miedo al fracaso, la baja tolerancia a la frustración y, paradójicamente, la búsqueda de la productividad extrema que nos hace sentir culpables por cada momento de descanso (Atalaya y García, 2019).

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Los efectos de este comportamiento son igualmente multifacéticos. Los estudios contemporáneos revelan que aproximadamente el 20% de la población adulta y entre el 20% y 90% de estudiantes presentan conductas de procrastinación crónica (Angarita, 2012). Más allá del evidente impacto en el rendimiento académico o laboral, la procrastinación crónica puede desencadenar problemas de ansiedad, depresión y baja autoestima. Se genera así un ciclo perverso: postergamos porque nos sentimos abrumados, y nos sentimos más abrumados porque postergamos.

En nuestra era digital, el desafío se intensifica. Las redes sociales, las notificaciones constantes y la presión por estar siempre disponibles crean un ambiente donde la concentración profunda se vuelve cada vez más difícil. Por ello, es crucial desarrollar estrategias de autorregulación y establecer límites digitales claros.

La solución no está en demonizar el descanso ni en flagelarnos por cada momento de procrastinación. Necesitamos cultivar una relación consciente con nuestro tiempo, donde el reposo genuino -no activo, como enfatiza Silgado- sea tan valorado como la productividad. Solo así podremos romper el ciclo de la postergación y construir hábitos que nos permitan ser tanto efectivos como saludables.

Referencias

Angarita, L. D. (2012). Aproximación a un concepto actualizado de la procrastinación. Revista Iberoamericana de Psicología: Ciencia y Tecnología, 5(2), 85-94.

Atalaya, C., y García, L. (2019). Procrastinación: Revisión teórica. Revista de Investigación en Psicología, 22(2), 363-378. https://doi.org/10.15381/rinvp.v22i2.17435

Silgado, A. (2024). El arte de caminar y la educación: una mirada poética / Entrevista por José Julián Náñez y Alejandra Barrios. Academia y Región: Voces del Campus.

Steel, P. (2007). The nature of procrastination: A meta-analytic and theoretical review of quintessential self-regulatory failure. Psychological Bulletin, 133(1), 65-94. https://doi.org/10.1037/0033-2909.133.1.65

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