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Opinión

¡CIENTO CUATRO!

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POR: Valentina Giraldo

La violencia de género es un problema estructural que encuentra su origen en el arraigo a la cultura machista de la que tanto nos ha costado librarnos; tiene múltiples formas de manifestación: unas aparentemente inofensivas, como los chistes y la burla; otras más gravosas, como el acoso callejero, el acoso sistemático y la desigualdad salarial; y otras, inminentemente mortales como el abuso sexual y el maltrato físico y psicológico.

Las anteriores son solo unas cuantas de las infinitas formas en que la violencia basada en género se materializa; y lo cierto, es que ninguna de estas prácticas es inofensiva; todas engendran y reproducen el yugo de opresión patriarcal, que encuentra un desenlace fatal en el feminicidio.

En 2018, un estudio realizado por ONU Mujeres develó que cada 48 horas una mujer es asesinada en Colombia; dato de por sí alarmante, que varió durante este tiempo de confinamiento, reduciendo a la mitad el lapso entre uno y otro.

Así, en menos de 90 días de cuarentena, se han registrado 104 feminicidios. 104 mujeres han sido asesinadas. ¡Ciento cuatro!

Y no reitero la cifra como un error de redacción, más bien lo hago con la intención de que quien lea el presente artículo, no olvide que mientras nosotros nos resguardábamos del Coronavirus en nuestros hogares, otro virus no menos contagioso, acababa con la vida de más de un centenar de mujeres en todo el país.

Así, cada día inicia con un nombre como titular de alguna noticia en que, con naturalidad y sin escándalo, relatan un nuevo caso de feminicidio; y es que, de manera irresponsable algunos medios de comunicación se refieren a estos hechos en términos que minimizan su gravedad.

Tal fue el caso de Daniela Quiñónez; estudiante de octavo semestre de Administración de empresas de la Universidad Eafit de Medellín, quien habría desaparecido el pasado domingo 14 de junio y a quien, el martes 16 de junio, diferentes medios se refirieron diciendo que “Daniela había sido hallada sin vida en el río Cauca”, un titular a todas luces indolente; pues, ni Daniela Quiñónez, ni Angie Escobar, ni Paula González, ni Heidy Soriano, ni ninguna de las 104 mujeres que han sido asesinadas durante este tiempo, fueron llanamente halladas sin vida, ¡NO!

Todas fueron halladas después de haber sido violadas, torturadas, humilladas, mutiladas y asesinadas violentamente por haber cometido un solo pecado: ser mujer. Y es que pareciera que serlo se ha constituido como una razón suficiente ante los ojos del machista para minimizarnos, excluirnos, discriminarnos y exterminarnos.

De modo que, cada vez que una es asesinada, las demás también morimos; morimos de injusticia, de desesperanza, morimos en cuerpo ajeno mientras padecemos en el alma el dolor que sufrieron nuestras muertas.

Aun así, y ante la cruda realidad a la que nos enfrentamos, hay quienes en lugar de cuestionar su propia complicidad en la construcción de un entorno donde la falocracia es la piedra angular, prefieren soslayar las causas del feminismo, contenidas en la imperiosa necesidad de organizarnos, defendernos, cuidarnos y propender por la igualdad, reivindicando nuestro derecho a tener una vida donde la dignidad y la libertad sean los preceptos fundantes; mientras a su vez, reivindicamos la memoria de las que ya no están.

 

Tal lucha parece incomodarles, pero lo cierto, es que nunca más volveremos a callar.

Periodista del ámbito político administrativo y regional, con experiencia en diferentes medios de comunicación, director de Enfoque TeVe.