Connect with us

Opinión

Autenticidad en la era posthumana

Foto del avatar

Published

on

Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

Cuando hablamos de la búsqueda de la autenticidad, no podemos pasar por alto el afán por trascender los límites de nuestra condición humana. Aunque estos temas parecen, a primera vista, vectores que apuntan en direcciones opuestas, ambas inquietudes convergen en un territorio común donde se redefine nuestra propia naturaleza. El ideal de autenticidad, ese imperativo casi sagrado de la modernidad tardía nos conmina a descubrir y expresar una identidad genuina, libre de imposiciones externas. Como señala Taylor (1994), la autenticidad implica un horizonte de significación para constituirse en una búsqueda ética. Paradójicamente, mientras perseguimos este ideal, las tecnologías que permiten el proyecto posthumanista difuminan los contornos de lo que consideramos nuestra esencia.

El posthumanismo aparece, según Braidotti (2015), como un horizonte donde las capacidades humanas pueden ser mejoradas indefinidamente mediante recursos tecnocientíficos —desde la ingeniería genética hasta la inteligencia artificial— generando una ideología de progreso que desafía las limitaciones biológicas que tradicionalmente han definido nuestra identidad. Este optimismo tecnológico contrasta con la ansiedad contemporánea por encontrar un yo «auténtico» en medio de la hipermediación digital.

La tensión entre ambas tendencias se manifiesta en la crisis de la noción misma de identidad. Cuando Heidegger (2005) reflexiona sobre el Dasein y su autenticidad, lo hace asumiendo que la comprensión de la finitud es precisamente lo que otorga profundidad y sentido a la existencia humana. El posthumanismo, por el contrario, postula la posibilidad de superar estas limitaciones, incluida la muerte misma. La pregunta emerge entonces con inquietante claridad: ¿puede existir autenticidad sin limitación?

La relación entre autenticidad y posthumanismo no es, por tanto, de mera oposición, sino de complementariedad dialéctica. El posthumanismo nos invita a cuestionar los límites biológicos, cognitivos y temporales que han estructurado nuestra comprensión de lo humano, mientras que la búsqueda de autenticidad nos recuerda la importancia de mantener un núcleo significativo de identidad en medio de estas transformaciones.

En el ciberespacio, esa dimensión que Gibson (1984) conceptualizó en ‘Neuromante’, ya experimentamos formas de identidad distribuida, avatares y presencias digitales que plantean interrogantes profundos sobre la continuidad del ser. Estos ‘rastros electrónicos’ constituyen una extensión de nuestra identidad que trasciende los límites corporales y temporales tradicionalmente asociados con lo humano. En este sentido, no se trata solo de realidades virtuales; lo que alguna vez imaginamos como ficciones cinematográficas se ha materializado en prótesis digitales que salvan vidas cotidianamente —marcapasos, lentes digitales y dispositivos que monitorean nuestro funcionamiento corporal—. La integración tecnológica ya no es futurismo, sino nuestra realidad presente donde los límites entre lo biológico y lo tecnológico se desdibujan en beneficio de una existencia aumentada.

Sin embargo, junto con estas posibilidades expansivas emergen nuevos mecanismos de control. Los dispositivos electrónicos que nos acompañan constantemente ilustran esta paradoja. Mientras nos prometen expandir nuestras capacidades y expresión personal, también nos insertan en mecanismos de vigilancia y normalización que Foucault (1975) analizó profundamente en su obra. Nuestra supuesta expresión auténtica queda meticulosamente registrada y analizada en un entramado digital que modula nuestros comportamientos (Bonin, 2023).

Esta tensión entre autenticidad y control tecnológico se manifiesta en nuestra cotidianidad digital. Los perfiles en redes sociales, supuestamente expresiones de nuestra individualidad están modulados por algoritmos y expectativas sociales que Bauman (2007) caracterizaría como parte de la «modernidad líquida», donde las identidades se vuelven tan maleables como precarias. El filósofo Byung-Chul Han (2014) profundiza en esta línea al observar agudamente que los mecanismos contemporáneos de control operan precisamente a través de la ilusión de libertad y autenticidad.

Las promesas posthumanistas, como sugiere el análisis de Fernández Agis (2018), revelan ambivalencias profundas. Tras el brillo seductor de la superación tecnológica de nuestras limitaciones, se ocultan nuevas formas de control, desigualdad y alienación que requieren un abordaje crítico. La autenticidad, entendida ya no como la expresión de una esencia inmutable sino como una práctica reflexiva y crítica, puede servir como contrapeso necesario a este horizonte tecnocientífico.

Lo verdaderamente fascinante no es la contradicción entre autenticidad y posthumanismo, sino la posibilidad de que ambos representen facetas de un mismo impulso humano. La alteridad tecnológica podría ser no el antagonista de la autenticidad, sino el espacio donde esta se reconfigura para una era posthumana. El posthumanismo, con su promesa de trascender limitaciones, podría paradójicamente liberar a la autenticidad de su corsé esencialista, permitiéndonos concebir identidades más fluidas y recursivas.

Le puede interesar: El panóptico invisible: la tiranía del qué dirán en la era digital

Una visión integradora nos acerca a la perspectiva de Haraway (1991) en su «Manifiesto Cyborg»: debemos aprender a habitar creativamente las contradicciones de nuestra condición contemporánea. No podemos —ni debemos— aislarnos de las transformaciones tecnológicas que redefinen lo humano, pero tampoco podemos abandonar la búsqueda de un sentido ético que oriente estos cambios.

La reflexión sobre autenticidad en el contexto posthumano no se trata de preservar algo estático, sino de reconocer que estamos ante una nueva forma de identidad que debemos ir reconfigurando activamente. Esta reconfiguración implica desarrollar una relación consciente y crítica con las tecnologías que nos transforman, entendiendo que la línea entre lo humano y lo tecnológico se desdibuja cada día más.

Los ámbitos de la ética posthumanista emergen precisamente en esos espacios de mediación: ¿cómo mantener buenas relaciones interpersonales en un mundo hiperconectado? ¿Cómo preservar la empatía, la compasión y la solidaridad cuando la realidad virtual y aumentada modifican nuestra percepción del otro? La autenticidad adquiere aquí una dimensión práctica, no como resistencia a la tecnología, sino como capacidad para integrarla de forma que enriquezca, y no empobrezca, nuestra humanidad.

En este horizonte posthumano, debemos orientar nuestra reflexión ética hacia cómo abordar esta reconfiguración identitaria constante. No se trata de elegir entre tecnología y humanidad, sino de comprender cómo integrar las posibilidades tecnológicas mientras preservamos los valores que consideramos fundamentales. El camino hacia adelante requiere una autenticidad que no solo coexista con la tecnología, sino que se articule precisamente a través de nuestra relación crítica y consciente con ella, expandiendo así los horizontes de lo que significa ser humano en esta nueva frontera compartida.

 

Referencias

Bauman, Z. (2007). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Braidotti, R. (2015). Lo posthumano. Gedisa.

Bonin, J. A., & Lacerda, J. D. S. (2023). Educomunicación, cibercontrol y cidadania comunicativa. Chasqui: Revista Latinoamericana de Comunicación, (153), 33-46.

Fernández Agis, D. (2018). Humanismo, posthumanismo e identidad humana. IUS ET SCIENTIA, 4(1), 1-18.

Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar. Siglo XXI.

Gibson, W. (1984). Neuromante. Minotauro.

Han, B. C. (2014). Psicopolítica. Herder.

Haraway, D. (1991). Ciencia, cyborgs y mujeres: La reinvención de la naturaleza. Cátedra.

Heidegger, M. (2005). Ser y tiempo. Trotta.

Taylor, C. (1994). La ética de la autenticidad. Paidós.