Opinión
La era de los «post»: nuevos horizontes en tiempos de incertidumbre

Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.
Nuestra vida contemporánea está permeada por la incertidumbre, desde la fragilidad de las trayectorias laborales hasta la fugacidad de nuestros vínculos personales, experimentamos una sensación generalizada de que algo fundamental ha cambiado en el tejido social. No es coincidencia que, en este contexto de transformaciones, proliferen discursos y categorías conceptuales precedidas por el prefijo: «post». Como si nuestra época se definiera principalmente por aquello que ha dejado atrás, por lo que ya no es, mientras lo que viene a reemplazarlo permanece difuso, indefinido. Pero también, estas categorías encierran la esperanza de superación, la promesa aún incierta de un porvenir mejor.
Aquella «insoportable levedad del ser» que magistralmente describió Milan Kundera (1984) se ha convertido en la condición existencial de nuestro tiempo: una sensación de que todo lo que antes era sólido ahora flota en un espacio de indefinición y ambigüedad. La crisis del proyecto moderno no es un fenómeno que podamos circunscribir a las discusiones académicas; sus efectos permean nuestra cotidianidad, nuestras relaciones personales, nuestra forma de trabajar y, particularmente, el modo en que construimos nuestras identidades.
En este contexto de creciente inestabilidad, Bauman (2000) nos ofrece una metáfora esclarecedora para comprender esta transición: hemos pasado de una modernidad «sólida» a una modernidad «líquida». Esta fluidez se manifiesta en instituciones, valores y vínculos que han perdido su aparente solidez para volverse maleables, adaptables, siempre cambiantes. Sus manifestaciones son tangibles en nuestra realidad cotidiana: las instituciones se flexibilizan; las identidades se construyen y reconstruyen como proyectos perpetuamente inacabados; los compromisos a largo plazo se disuelven. Lo que antes proporcionaba seguridad y estabilidad se transforma ahora en contingencia e incertidumbre.
Paralelamente a estas transformaciones sociales, la fragmentación de la verdad constituye quizás uno de los fenómenos más inquietantes de esta era «post». Como señaló Lyotard (1979) en su análisis sobre la condición posmoderna, asistimos al fin de los grandes relatos legitimadores. La concepción de una verdad única, objetiva y universal ha cedido terreno a la multiplicidad de narrativas, a la relativización del conocimiento, al surgimiento de «posverdades». Este escenario, inaugurado en cierto modo por Nietzsche cuando afirmaba que «no hay hechos, solo interpretaciones», ha madurado hasta convertirse en un relativismo donde tanto los hechos como las emociones y creencias se diluyen en un mar de perspectivas. Al respecto, Vattimo (1990), con su concepto de «pensamiento débil», señaló precisamente el final de las certezas fuertes y la emergencia de un pensamiento más consciente de sus límites y de su carácter interpretativo.
Esta crisis de las certezas ha sido magnificada por los recientes acontecimientos globales. La pandemia y el período post-pandémico han funcionado como aceleradores de muchos de estos fenómenos «post», revelando la fragilidad de nuestros sistemas y la interconexión global de nuestras vulnerabilidades. En este contexto, Martha Nussbaum (2013) argumenta que, en un mundo donde la incertidumbre se ha vuelto norma, necesitamos cultivar capacidades emocionales que sostengan la vida democrática. Para complementar esta visión en el escenario post-pandémico, resulta pertinente observar cómo la crisis sanitaria global ha transformado nuestras concepciones de comunidad, vulnerabilidad y cuidado mutuo.
Además de estos cambios en nuestra relación con la verdad, en el ámbito de las relaciones interpersonales observamos un fenómeno que podríamos denominar «posamor»: la dificultad para establecer vínculos profundos y duraderos en una sociedad que privilegia lo inmediato y lo efímero. Este fenómeno no se limita a las relaciones románticas; incluso la amistad, ese vínculo que Aristóteles distinguía en su Ética Nicomáquea, parece reducirse cada vez más a lo que él llamaba «amistades por conveniencia», intercambios pragmáticos sin la profundidad de un compromiso duradero. Las relaciones sentimentales parecen seguir la misma lógica del consumo: se vuelven intercambiables, desechables, sujetas a una economía de la satisfacción inmediata.
De manera simultánea, el «poshumanismo» cuestiona las fronteras tradicionales entre lo humano y lo tecnológico, entre lo natural y lo artificial. Las biotecnologías, la inteligencia artificial y la modificación genética nos obligan a preguntarnos qué significa ser humano cuando podemos modificar nuestra biología o extender nuestras capacidades mediante artefactos tecnológicos. En este campo, Donna Haraway (1991), con su provocadora figura del «cyborg», nos invitó a pensar estas hibridaciones como oportunidades para superar viejos dualismos restrictivos, temática que hemos abordado con mayor profundidad en columnas anteriores.
En América Latina, estas transformaciones adquieren matices particulares que demandan un análisis contextualizado. Como lúcidamente observó Canclini (1990), nuestra región experimenta una «modernidad híbrida» donde coexisten temporalidades diversas: lo premoderno, lo moderno y lo posmoderno se entrelazan en configuraciones complejas. Esta observación se complementa con lo señalado por Vargas (2007), quien afirma que «muchos de los habitantes de las regiones menos desarrolladas viven bajo condiciones que pueden ser descritas como modernidad desigual más que postmodernidad». Los discursos «post» llegan a nuestras sociedades cuando aún no hemos completado muchos de los procesos modernizadores, creando una simultaneidad de tiempos históricos que desafía los modelos lineales de desarrollo.
Le puede interesar: Autenticidad en la era posthumana
El desafío que enfrentamos, por tanto, no es meramente teórico. En esta proliferación de discursos «post», lo que está en juego es nuestra capacidad para construir sentido en un mundo donde las referencias tradicionales se han vuelto líquidas. Necesitamos nuevas herramientas conceptuales, pero también nuevas formas de vincularnos, de construir comunidad, de imaginar futuros posibles. No obstante, sería injusto no reconocer los aspectos positivos de esta era: la mayor apertura hacia la diversidad, la democratización del conocimiento, la posibilidad de crear redes de solidaridad que trascienden fronteras físicas, y la oportunidad de cuestionar paradigmas opresivos heredados de la modernidad.
Finalmente, cabe señalar que la fluidez que caracteriza nuestra era puede representar tanto una condena a la desorientación como una oportunidad para reinventarnos. Quizás el verdadero desafío consista en aprender a habitar la tensión entre lo que se desvanece y lo que emerge, entre la nostalgia por las certezas perdidas y la apertura a nuevas posibilidades aún por definir. Si la modernidad nos dejó el legado de la crítica, ahora nos corresponde ejercer esa facultad crítica precisamente sobre las categorías heredadas, para construir —desde la incertidumbre y no a pesar de ella— nuevas formas de habitar este mundo cambiante. Desde cada uno de nuestros roles, nos corresponde cultivar un pensamiento crítico que, sin renunciar a la búsqueda de verdad y sentido, sepa navegar en estas aguas turbulentas de la era «post», transformando la fluidez en fuente de creatividad social, política y existencial.
Referencias:
Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
García Canclini, N. (1990). Culturas híbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Grijalbo.
Haraway, D. (1991). Ciencia, cyborgs y mujeres: La reinvención de la naturaleza. Cátedra.
Kundera, M. (1984). La insoportable levedad del ser. Tusquets.
Lyotard, J. F. (1979). La condición posmoderna. Cátedra.
Nussbaum, M. (2013). Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la justicia? Paidós.
Vargas Hernández, J. G. (2007). Modernidad y postmodernidad en Latinoamérica. Estudios de Deusto, 55(2), 123-153.
Vattimo, G. (1990). La sociedad transparente. Paidós.