Opinión
Lo humano más allá de lo humano
Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación
El siglo XX fue testigo de varios cambios significativos en la forma de hacer filosofía, entre ellos el giro lingüístico que marcó un punto de inflexión, centrando el interés en el discurso y sus implicaciones en la vida humana. Este enfoque se desplazó hacia el reconocimiento del ser humano no solo como un ente racional, sino como un ser capaz de hablar y, más importante aún, de ser consciente de las consecuencias de su discurso. Sin embargo, la misma capacidad lingüística y discursiva que nos define como humanos reveló su lado oscuro. Los eventos trágicos del siglo XX, como la Segunda Guerra Mundial, Auschwitz y las bombas atómicas, demostraron cómo nuestra racionalidad y habilidad discursiva podían ser utilizadas para justificar y ejecutar actos de destrucción masivos; el lenguaje, que debería ser una herramienta para el entendimiento y el progreso, se convirtió en un instrumento de opresión y aniquilación, poniendo a su servicio un tipo de educación y sistema educativo (Adorno, Theodor, W. 1973).
Emmanuel Levinas, en su obra «Difícil libertad», ilustra esta paradoja con una anécdota conmovedora. Durante su cautiverio en un campo de trabajo nazi, Levinas y sus compañeros, despojados de toda dignidad humana, eran tratados como animales. En medio de este infierno, un perro callejero al que llamaron Bobby aparecía cada día para saludarlos cuando regresaban del trabajo forzado. Levinas reflexiona: «Para él, no cabía duda de que éramos hombres». En ese momento de extrema deshumanización, fue un animal quien les recordó su humanidad.
Dentro del pensamiento posmoderno surgió un nuevo giro en la filosofía: el giro ontológico, el cual nos invita a pensar más allá de lo humano, a cuestionar los límites de nuestra humanidad y a reconocer nuestra interconexión y configuración con el mundo hasta el momento conocido como no humano. Significativamente, el giro ontológico marcó un alejamiento de la búsqueda de la objetividad absoluta que caracterizó gran parte del pensamiento moderno, dando paso a una mayor consideración de la subjetividad y la experiencia vivida.
A su vez, esta visión permite reflexionar de manera más profunda sobre nuevos campos de conocimiento: el feminismo, la ecología, los estudios animales, entre otros, emergen como temas cruciales. Ahora bien, en lo que respecta a esta columna, centraremos nuestra reflexión en la relación entre humanidad y otras especies. Como autores, es de nuestro interés explorar, cómo estos nuevos enfoques filosóficos nos invitan a reconocernos como parte del reino animal, no solo en términos biológicos, sino también en nuestra relación con otras formas de vida.
La paradoja de nuestra relación con otras formas de vida se hace evidente en dos fenómenos: por un lado, la comercialización y explotación animal a escala industrial; la cual, ha llevado a una explotación animal sin precedentes, donde millones de seres son tratados como meras unidades de producción en granjas industriales, laboratorios y fábricas. Esta cosificación masiva contrasta fuertemente con la creciente tendencia a humanizar a nuestras mascotas.
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Por otro lado, vemos una creciente tendencia a la personificación de las mascotas. Los animales de compañía son cada vez más tratados como «humanos»: se les viste, se les celebran cumpleaños, incluso se les atribuyen emociones y pensamientos complejos. Esta personificación, aunque puede parecer un reconocimiento de la dignidad animal, corre el riesgo de ser otra forma de dominación, despojando al animal de su propia naturaleza y haciéndolo prisionero de nuestros deseos y expectativas.
En este proceso de humanización de las mascotas, a menudo les atribuimos cualidades típicamente humanas como la empatía, la lealtad o la compasión, a veces incluso en mayor grado que a los propios seres humanos. Esta tendencia refleja una paradoja inquietante: en nuestra búsqueda de humanidad en los animales, corremos el riesgo de deshumanizar a nuestra propia especie. Frases como «prefiero a los animales que a los humanos» se vuelven comunes, revelando tanto una frustración con la crueldad humana como una profunda desconexión con nuestra propia humanidad. Este fenómeno plantea preguntas fundamentales: ¿Estamos proyectando en los animales las virtudes que añoramos ver en nuestra propia especie? ¿O acaso esta tendencia revela una creciente desilusión con la humanidad y una búsqueda de consuelo en la supuesta inocencia del mundo animal?
Esta compleja relación con otras especies nos lleva a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza y nuestro lugar en la red de la vida. Pues, el giro ontológico nos invita a reconsiderar las fronteras entre lo humano y lo no humano, no para borrarlas, sino para entender mejor nuestra interdependencia y responsabilidad. El desafío está en reconocer el valor inherente de todas las formas de vida, sin caer en la explotación despiadada ni en una idealización. Lo anterior implica respetar la naturaleza intrínseca de cada ser, sin proyectar en ellos nuestras expectativas humanas, y al mismo tiempo, cultivar en nosotros mismos esas cualidades que admiramos en otras especies.
Bibliografía
Adorno, Theodor, W. (1973) La educación después de Auschwitz. Consignas. Amorrortu editores, Buenos Aires. Pp. 80-95.)
Levinas, Emmanuel, Difícil libertad. Ensayos sobre el judaísmo. Argentina, Editorial Lilmod-Fineo,2004, 304 pp