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Opinión

La Metáfora de la Luz

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

En diciembre, las luces transforman los espacios cotidianos, inundándolos de destellos que van más allá de lo decorativo. Desde los pesebres hasta los árboles navideños, la luz se despliega como un símbolo que atraviesa culturas, creencias y tiempos. Su esencia, lejos de limitarse a la estética, nos remite a un lenguaje profundo: el de la trascendencia, el conocimiento y la unión de lo humano con lo divino.

En la tradición judeocristiana, la luz tiene un carácter fundacional. En el Génesis, Dios separa la luz de las tinieblas para dar origen al tiempo y al cosmos: «Sea la luz» (Génesis 1:3). Este principio se manifiesta en los sacramentos y rituales a través del cirio pascual, las velas sacramentales, los cirios del altar y las luminarias de las celebraciones litúrgicas. De igual manera, la luz como símbolo espiritual se refleja en las enseñanzas, como en la parábola de las vírgenes prudentes (Mateo 25:1-13).

En esta narración, diez vírgenes esperan con sus lámparas al novio para un banquete de bodas; cinco de ellas, las prudentes, llevaron aceite adicional, mientras las otras cinco, las insensatas, no lo hicieron. Durante la espera, todas se duermen, y a medianoche se anuncia la llegada del novio. Las prudentes pueden encender sus lámparas, pero las insensatas, al quedarse sin aceite, deben ir a comprarlo. Mientras están fuera, llega el novio y solo las prudentes entran al banquete. En esta parábola, las lámparas encendidas representan la fe viva y las buenas obras, mientras que el aceite simboliza la preparación personal y la relación constante con Dios, recordándonos la importancia de mantener viva nuestra “luz interior”.

Este acto primigenio encuentra ecos sorprendentes en diversas cosmogonías: desde el fuego sagrado de las vedas hindúes hasta el sol creador de los incas, la luz aparece consistentemente como principio organizador del universo. Por ejemplo, en el budismo zen, el término «satori» describe el momento de iluminación como un destello repentino de comprensión. Este simbolismo también lo encontramos presente en la cosmovisión indígena, para los mayas, el dios Kinich Ahau encarnaba la luz solar como fuente de conocimiento y vida, mientras que el pueblo pijao considera su máxima deidad al padre sol Ta.

Como señala María Zambrano en «El hombre y lo divino» (1955): «La luz es el primer signo de lo sagrado que el hombre percibe». En este sentido, la alegoría de la caverna de Platón nos ofrece quizás la más profunda reflexión sobre la luz como metáfora del conocimiento. En el Libro VII de «La República», el filósofo nos presenta a unos prisioneros encadenados desde su nacimiento en una caverna, que solo pueden ver sombras proyectadas por un fuego artificial. Cuando uno de ellos es liberado y forzado a salir hacia la luz del sol, experimenta primero dolor y confusión, pero gradualmente sus ojos se adaptan hasta poder contemplar la realidad verdadera.

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El sol, en esta narrativa, representa el Bien Supremo, la fuente última de toda verdad y conocimiento. Como señala Werner Jaeger en «Paideia» (1933): «El sol, como imagen del bien supremo, no solo hace visibles las cosas, sino que les da vida, crecimiento y alimento». Esta alegoría no solo ilustra el proceso de iluminación intelectual, sino que establece un paralelo profundo entre la luz física y la comprensión de la verdad última.

En Colombia, al igual que en muchos países, la noche de velitas representa un momento especial que nos conecta con esta ancestral tradición de la luz como símbolo universal. Las luces que iluminan nuestros espacios en diciembre no son solo decoración: son la continuación de un lenguaje milenario que ha servido a la humanidad para expresar su búsqueda de comprensión y conexión.

Sin embargo, no podemos desconocer que vivimos en medio del frenesí contemporáneo, donde la iluminación se ha convertido en un ejercicio de ostentación y competencia, es crucial recordar que estas luces son herederas de aquella que Platón describió como reveladora de la verdad, de la que guió a los Magos, de la que han usado todas las culturas para simbolizar el conocimiento y la comprensión. Su propósito va más allá de lo ornamental: nos invita a un momento de reflexión y encuentro.

Como sugería Martin Luther King Jr., podemos ser «una luz en medio de la oscuridad», no como una negación de la oscuridad, sino como una invitación a la contemplación y al entendimiento mutuo. En tiempos de incertidumbre, estas tradiciones luminosas nos recuerdan nuestra capacidad universal de buscar y compartir momentos de claridad y comprensión.

Bibliografía

  • Jaeger, Werner. Paideia: los ideales de la cultura griega. Fondo de Cultura Económica.
  • King Jr., Martin Luther. Discurso en la Marcha sobre Washington.
  • Platón. La República. Editorial Losada.
  • Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española.
  • Zambrano, María. El hombre y lo divino. Fondo de Cultura Económica.