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Opinión

La autenticidad en tiempos de tendencias: la paradoja de ser original

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

Scrolleando en Instagram, nos encontramos con una paradoja fascinante: miles de personas compartiendo contenido «único y original» que, curiosamente, sigue patrones casi idénticos. Desde poses «espontáneas» hasta reflexiones «profundas», la búsqueda de la autenticidad parece seguir un guion preestablecido; lo que pretende ser diferente termina convirtiéndose en una nueva forma de uniformidad.

Esta contradicción no pasó desapercibida para Charles Taylor (1991), quien en La ética de la autenticidad advierte sobre la transformación de la autorrealización en un ejercicio superficial. «La autenticidad», sostiene Taylor, «ha sido cooptada por una cultura que reduce la autoexpresión a un mero acto de consumo»; una dinámica que genera una constante insatisfacción con quienes somos. El problema no es solo que nos expresamos bajo formatos predefinidos, sino que el deseo de ser distintos ha sido convertido en mercancía. Basta ver cómo las tendencias en redes sociales elevan momentáneamente ciertas estéticas o discursos como símbolos de individualidad, solo para integrarlos rápidamente en una corriente masiva.

Pero esta tensión entre autenticidad y uniformidad es más profunda. Jean-Paul Sartre (1943) nos recuerda que estamos «condenados a la libertad», una libertad que no significa ser originales, sino asumir la responsabilidad de nuestras elecciones dentro de las estructuras que nos condicionan. Aquí es donde Erich Fromm (1941) amplía esta idea, ante la angustia que genera esa responsabilidad de ser libres, muchas veces terminamos buscando refugio en formas predeterminadas de existencia. Así, la originalidad se convierte en una estrategia de escape: no se trata tanto de ser diferentes, sino de sentir que lo somos.

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La paradoja se profundiza cuando observamos, como señala Byung-Chul Han (2017), que nuestra sociedad contemporánea, en su aparente celebración de la diferencia, termina eliminando toda alteridad real, produciendo una homogeneización de la experiencia. Este fenómeno se intensifica cuando el esfuerzo obsesivo por ser original ocasiona precisamente su contrario: una pérdida de la identidad y de la conciencia de sí para sí. Foucault (1975) nos ayuda a entender este mecanismo al mostrar cómo el poder no solo reprime, también produce subjetividades. En «Vigilar y castigar», revela cómo incluso nuestros intentos de resistencia pueden ser absorbidos por las estructuras de control.

En el contexto digital, esto se traduce en que cada gesto de rebeldía —cada estética «rupturista», cada discurso de autenticidad— es rápidamente catalogado, apropiado y convertido en tendencia. Así, la moda de «ser diferente» se convierte en un molde más. El «main character energy», la obsesión por tener un «aesthetic lifestyle» y el culto a la autoayuda emocional en redes sociales son ejemplos de cómo la supuesta autenticidad se vuelve un producto más en circulación.Esta carrera por la diferenciación no es inocua. La presión por destacar, por ser «único», se traduce en una constante insatisfacción con nuestra propia identidad: la sensación de nunca ser lo suficientemente auténtico, de siempre estar persiguiendo una versión más original de nosotros mismos. La paradoja es evidente: en el intento de escapar de la uniformidad, terminamos atrapados en una lógica de comparación constante.

Entonces, ¿tiene sentido perseguir una originalidad que parece condenada a volverse tendencia? Quizás la respuesta no esté en la obsesión por la diferencia, sino en la comprensión crítica de nuestra propia construcción. Fromm sugiere que la autenticidad verdadera no está en rechazar toda influencia —tarea imposible—, sino en desarrollar una relación consciente con las estructuras que nos atraviesan. En otras palabras, ser auténtico no es rechazar el mundo, sino aprender a habitarlo sin dejar que dicte completamente quiénes somos.

Como lo resume la popular frase atribuida a Oscar Wilde: «Sé tú mismo, los demás puestos ya están ocupados». La sabiduría que encierra esta expresión popular no es su llamado a la originalidad, sino su reconocimiento implícito de que la autenticidad es, paradójicamente, lo único que no se puede fingir; esto se debe a un hecho fundamental: no hay dos seres idénticos en el mundo. Más allá de cualquier tendencia o molde social, cada individuo posee una configuración irrepetible de experiencias, vínculos y formas de interpretar la realidad. Por ende, la autenticidad no es un acto de diferenciación forzada, sino la expresión natural de nuestra singularidad. Por ende, comprender esto podría ser el primer paso para escapar de la obsesión por destacar y, en cambio, aprender a habitar plenamente nuestra propia existencia.

Referencias

Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores.

Fromm, E. (1941). El miedo a la libertad. Paidós.

Han, B. C. (2017). La expulsión de lo distinto: percepción y comunicación en la sociedad actual. Herder.

Sartre, J.P. (1943). El ser y la nada. Losada.

Taylor, C. (1991). La ética de la autenticidad. Paidós.