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Opinión

Relación naturaleza-humanidad

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación

Con ocasión de la COP 16, el encuentro mundial por la biodiversidad que se celebrará entre el 21 de octubre y el 1 de noviembre de 2024 en Cali (Colombia), es oportuno reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza. Esta cumbre, una de las más importante del mundo en materia de biodiversidad, nos invita a reconsiderar la dualidad histórica entre humanidad y naturaleza, un concepto que ha moldeado profundamente nuestra interacción con el entorno.

La idea de que la humanidad está separada y es superior a la naturaleza tiene raíces profundas en el pensamiento occidental. Platón, con su teoría de las formas, ya sugería una distinción entre el mundo material (incluyendo la naturaleza) y el mundo de las ideas, considerado superior. Posteriormente, Occidente tomó como justificación una interpretación particular de la tradición judeocristiana para la explotación de los recursos naturales, malinterpretando el mandato bíblico de «dominar la tierra».

Esta visión se acentuó con el pensamiento moderno. René Descartes, con su dualismo cartesiano, estableció una distinción tajante entre la mente humana (res cogitans) y el mundo material (res extensa), reforzando esta separación conceptual. Lo anterior, sumado a la emergencia de la Revolución Industrial, condujo a la objetivación de la naturaleza como mera materia prima, profundizando aún más la brecha entre humanidad y entorno natural.

Sin embargo, la crisis ecológica actual nos obliga a reconsiderar nuestra posición. Una nueva ola de pensadores nos invita a reimaginar nuestra relación como parte intrínseca de la naturaleza. Leonardo Boff, con su concepto de la «red de la vida», y James Lovelock, con la hipótesis de Gaia, presentan una visión de interconexión e interdependencia que desafía la noción de superioridad humana.

Por su parte, la teoría de las tres ecologías de Félix Guattari adquiere especial relevancia, proponiendo que para abordar la crisis ecológica, debemos considerar no solo el ambiente (ecología ambiental), sino también nuestras relaciones sociales (ecología social) y nuestra subjetividad individual (ecología mental). Esta visión integral muestra que el cambio debe darse en múltiples niveles simultáneamente.

En el ámbito ético, Hans Jonas introduce un nuevo imperativo categórico: «Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra». Esta responsabilidad se extiende más allá de nuestra especie, abarcando toda la biosfera.

Desde una perspectiva espiritual, la encíclica «Laudato Si'» del Papa Francisco refuerza esta visión, recordándonos que el cuidado de la «casa común» es una obligación moral y espiritual universal. Por su parte, la «ecología profunda» de Arne Naess nos invita a un cambio radical, reconociendo el valor intrínseco de toda forma de vida.

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Este enfoque nos impulsa a transitar del antropocentrismo, que sitúa al ser humano como medida de todas las cosas, al biocentrismo, que busca que la actividad humana cause el menor impacto posible sobre otras especies y sobre el planeta en sí. La urgencia de repensar nuestra relación con la naturaleza no es una cuestión meramente filosófica o ética, sino una necesidad apremiante ante la crisis ecológica que enfrentamos. El cambio climático, la pérdida acelerada de biodiversidad, la contaminación de océanos y la deforestación masiva no son ya amenazas futuras, sino realidades presentes que ponen en peligro la estabilidad de los ecosistemas y, por ende, nuestra propia supervivencia

En este sentido y a pesar de estas valiosas contribuciones teóricas, aún nos enfrentamos al desafío de integrar efectivamente estas ideas en nuestros sistemas económicos, políticos y sociales. La transición del conocimiento a la acción sigue siendo nuestro mayor obstáculo, este es precisamente uno de los retos que la COP 16 debe proyectar: cómo implementar estrategias concretas que reflejen esta nueva comprensión de nuestra relación con la naturaleza. Pues, mientras nuestras estructuras económicas continúen priorizando el crecimiento a corto plazo sobre la sostenibilidad a largo plazo, y nuestros sistemas políticos sigan atrapados en ciclos cortos de toma de decisiones, la implementación de estos principios seguirá siendo limitada.

Finalmente, debemos reconocer que la reconciliación con la naturaleza no significa un retorno romántico a un pasado preindustrial, sino que nuestro principal desafío radica en encontrar un equilibrio entre el progreso tecnológico y el respeto por los sistemas naturales, un camino que aún estamos por definir claramente. Este es el desafío crucial de nuestro tiempo, y de su resolución depende no solo nuestro futuro, sino el de toda la red de la vida de la que formamos parte.

Bibliografía

Platón. La República. Madrid: Editorial Gredos.

Descartes, R. (1637). Discurso del método.

Boff, L. (1996). Ecología: Grito de la Tierra, grito de los pobres. Madrid: Trotta.

Lovelock, J. (1979). Gaia: A New Look at Life on Earth. Oxford University Press.

Guattari, F. (1989). Las tres ecologías. Valencia: Pre-Textos.

Jonas, H. (1979). El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona: Herder.

Papa Francisco. (2015). Laudato Si’: Sobre el cuidado de la casa común. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.

Naess, A. (1973). The Shallow and the Deep, Long-Range Ecology Movement. Inquiry, 16(1-4), 95-100.

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