Opinión
La Metástasis de Mark

“No construimos servicios para ganar dinero; ganamos dinero para construir servicios”, dice Mark Zuckerberg, fundador y líder de Facebook, en su versión de “menos impuestos más salarios”, que nos recuerda las promesas incumplidas del presidente Duque.
A Mark, los efectos últimos de sus avances tecnológicos lo hacen más parecido a Chespirito, que a Steve Jobs.
A principios del siglo XX las familias se maravillaban por los sonidos que la expansión de la radiodifusión llevaba a sus hogares, y un tiempo después por las imágenes que les dio rostro a través de la televisión. En 1969 una sensación similar provocó la llegada del hombre a la Luna; más tarde, los computadores caseros; la masificación de internet; la telefonía celular;… Muy pronto todo cupo en una misma pantalla… la de un pequeño teléfono, el primer Iphone, que hoy nos parece un ladrillo, presentado por Steve Jobs en 2008, vestido con jean y camiseta negra.
Con un atuendo similar, Mark Zuckerberg acaba de anunciar que la empresa matriz de Facebook, Instagram y Whatsapp ha cambiado de nombre a Meta, de metaverso, y que “la próxima plataforma será aún más inmersiva” porque ya no solo veremos lo que está en la pantalla; ahora estaremos en ella, como los personajes de la película Avatar, o de un videojuego.
La diferencia entre el Jobs de entonces y el Mark de ahora es que el segundo no produce el entusiasmo del primero. La vieja historia de los genios encerrados en garajes o en habitaciones de estudiantes que renunciaron a todo por cumplir sus sueños, al igual que la narrativa de la seguridad democrática, ha perdido su magia.
El Mark de hoy tiene más arrugas éticas que su clon: el jovencito que en 2004 abandonó la universidad y se dedicó a Facebook.
En su video es tanto el entusiasmo que por un momento olvidamos que se trata del mismo Mark que hace unos años titubeaba frente al Congreso de los Estados Unidos, explicando por qué había usado y vendido, sin autorización, los datos personales de millones de electores, en favor de campañas políticas.
Por eso su anuncio es como un recalentado: nos vende como frescos los fríjoles de ayer. Más que un vistazo al futuro, nos lleva al pasado; a metaversos de menor estatura y en 2D, como el de Chespirito, cuya visita real al Chile de los ochenta ayudó a opacar los gritos de las víctimas de Pinochet. O como el de los partidos de la Selección Colombia, usados por la entonces ministra de comunicaciones Noemí Sanín para distraer a la población de la retoma del Palacio de Justicia, o por el Congreso en repetidas ocasiones para aprobar reformas impopulares, como las tributarias.
Asimismo, los metaversos de Mark, además de divertirnos o mejorar nuestras experiencias educativas y sociales, quizá ayuden a gobiernos y élites económicas a aplacar la inconformidad social y mantener las calles reales libres de protestas. Tal vez ir a la oficina virtual y ver al jefe disfrazado de Spiderman haga más llevadero el acoso laboral, o reemplazar el sol por uno sonriente, como el de los Teletubbies, nos haga olvidar que se nos quema la piel.
Y la realidad… ¿para cuándo? ¿Hasta cuándo? Pese a lo que dice Mark, en lugar de conectarnos, hoy estamos más desconectados de los otros y de nuestra realidad inmediata, y no solo por falta de los 70.000 millones que se abudinearon en el MinTic, sino porque la tecnología de redes sociales e internet, que nos da acceso a infinidades, al mismo tiempo nos reduce en muchos casos a una rueda de hámster de videos intrascendentes, donde los ratones vemos anuncios mientras alimentamos la rueda con nuestros datos personales, para que gire más y más, hasta que solo nos libre un apagón de Celsia. Todo sea con tal de escapar de la realidad; de la propia y de la del vecino que no tiene seguidores, ni likes.
El optimismo de la meta de Mark se cruza de frente con la metástasis del mundo real, como la seguridad democrática se cruzó con las masacres y el desplazamiento forzado. Mientras unos hacen turismo espacial, millones de colombianos siguen perdiendo un cuarto de vida encerrados en un bus y trancones, para desplazarse a sitios indeseados: sus trabajos, si es que los tienen.
En los hologramas prometidos por Mark aún no hay árboles que produzcan oxígeno, ni comida o agua para los niños de la Guajira. Los médicos podrán practicar sus cirugías en simuladores, pero no atender a pacientes reales en sistemas de salud manejados por aseguradoras o EPS auspiciadas por políticos avaros.
Habrá que decirle a Mark que en Colombia esos metaversos existen ya. Por eso, para llegar aquí, los suyos tendrán que adoptar forma de tamal, lechona, o una canción de Pastor López o Los Hispanos que suene desde octubre.
Por ahora, los antecedentes de Facebook nos hacen suponer que los metaversos de Mark serán como el día sin IVA de Duque: prometedores, pero quién sabe a qué Alkosto.