domingo, 6 de julio de 2025 13:43

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Opinión

«El precio de la dignidad: Jaramillo y la renuncia que el Partido Liberal necesitaba escuchar»

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Por Luis Antonio Castro, analista político 

Cuando la política huele a podredumbre, pocos tienen el valor de taparse la nariz y denunciar el foco del hedor. La renuncia de Mauricio Jaramillo al Partido Liberal no es un acto de derrota, sino un grito de dignidad que resuena en el vacío ético de una colectividad que perdió la brújula. 

Lo ocurrido en Melgar es un microcosmos de la enfermedad que carcome al liberalismo colombiano: acuerdos de bases pisoteados por cúpulas arbitrarias, candidatos impuestos por clientelismo, y una dirigencia nacional que mira hacia otro lado mientras sus valores fundacionales se desangran. La representante Olga Beatriz González no solo traicionó al directorio municipal —que ya había avalado a Francisco Bermúdez— sino que escupió en la cara de la democracia interna al coavalar a Gentil Gómez. Un movimiento más en el repertorio de la política de favores que Gaviria mismo admitió al señalar la complicidad de parlamentarios liberales con el Gobierno.

Pero Jaramillo no se limitó al reproche cómodo. Con una carta lapidaria a Gaviria, convirtió su salida en un acto de coherencia radical «No seré cómplice de la degradación». Su gesto trasciende Melgar: es un síntoma de la descomposición ideológica de un partido que ya no sabe si es oposición o aliado, que cambia de piel según los beneficios del momento.

Mientras Gaviria balbucea sobre «dificultades para calificar su posición», Jaramillo clava un hacha en el árbol podrido. 

¿Por qué importa este gesto? Porque en un país hastiado de camisetazos y transfugismos, la renuncia por principios es un acto revolucionario. Jaramillo, figura histórica del liberalismo tolimense, prefirió perder su tribuna antes que avalar la hipocresía. No es romanticismo: es un termómetro moral para un sistema en crisis.

El silencio de la dirección nacional —mientras Melgar arde— confirma su complicidad. Si el liberalismo no entiende que su agonía no es electoral, sino ética, no habrá aval que salve su credibilidad. Jaramillo acaba de regalarles una lección: la política sin principios es un cadáver con maquillaje.

Hoy, mientras los «estrategas» calculan costos electorales, un hombre se fue. Pero su adiós es, quizás, la única luz que alumbra lo que el partido dejó de ser.

Nota final: Si el liberalismo quiere resurgir, debe empezar por escuchar a los que se van. Porque quienes abandonan el barco por dignidad suelen ser los únicos que saben repararlo.

Periodista del ámbito político administrativo y regional, con experiencia en diferentes medios de comunicación, director de Enfoque TeVe.