Opinión
El otro como enigma

Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.
Hay una palabra que pronunciamos con sorprendente facilidad: los otros. La usamos con ligereza, como si supiéramos de quiénes hablamos, en esencia, los otros son los que no son como yo, los que están allá, los que se comportan distinto, creen distinto, viven distinto. Pero pocas veces nos detenemos a pensar: ¿qué significa llamar a alguien otro?
Llamar a alguien otro puede ser un gesto de separación o un acto de reconocimiento. Puede ser una forma de marcar distancia —los otros como amenaza, como error, como anomalía— o una manera de abrir la puerta a la diferencia, a lo que no comprendo, pero me interpela. La alteridad, como señala Todorov (2007), es una construcción relacional, no una esencia, todos somos «otros» para alguien.
En ese sentido, vale la pena preguntarnos ¿Quiénes son, concretamente, los otros en nuestro imaginario social? Esta categoría incluye tanto a quienes percibimos en posiciones de vulnerabilidad —migrantes, comunidades marginadas, minorías— como a quienes observamos desde posiciones de privilegio relativo. El ejecutivo corporativo es tan «otro» para el trabajador informal como viceversa. El académico puede ser tan «otro» para el campesino como este para aquel. Como argumenta Skliar (2002), la alteridad no reconoce jerarquías preestablecidas, emerge en cualquier encuentro donde la diferencia se hace presente.
Sin embargo, este reconocimiento teórico resulta insuficiente sin un acto fundamental: la escucha. Gadamer (1977) sitúa la escucha como núcleo de toda comprensión hermenéutica verdadera. Escuchar implica una apertura radical hacia lo diferente, una disposición a dejarse afectar por la palabra ajena. No es un acto pasivo, sino profundamente activo: requiere suspender momentáneamente nuestros prejuicios, nuestras certezas, para hacer espacio a una verdad que puede transformarnos. La clave reside en cómo construimos esa relación con la diferencia, podemos concebir al otro desde la estereotipación y el rechazo o desde ese lugar de negociación e hibridación donde las identidades se reconfiguran mutuamente.
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¿Por qué es tan crucial escuchar al otro? Porque, como argumenta Freire (1970), solo mediante el diálogo genuino podemos superar las relaciones de dominación que reducen al diferente a objeto, pues la escucha auténtica convierte al otro en interlocutor legítimo, en sujeto con voz propia. La paradoja contemporánea es que, en una época hiperconectada, la escucha genuina se vuelve cada vez más escasa. Construimos cámaras de eco donde solo resuena lo que ya pensamos, lo que ya creemos. Como advierte Han (2017), la transparencia digital elimina la alteridad, homogeneizando todo bajo el imperativo de lo igual.
El verdadero desafío ético y político frente a la alteridad, finalmente, no es un problema a resolver sino una condición a cultivar. En un mundo cada vez más homogeneizado por lógicas mercantiles y algoritmos que nos devuelven nuestro propio rostro, necesitamos reivindicar el valor de lo distinto, de lo que interrumpe nuestras expectativas. Porque quizás, como sugiere poéticamente Zambrano (2011), solo en ese encuentro genuino con el otro—ese ser que no soy yo pero podría serlo—encontramos el espacio donde la palabra se vuelve verdad compartida, donde el monólogo se transforma en diálogo, y donde la existencia individual florece en comunidad.
Referencias
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Tierra Nueva.
Gadamer, H. G. (1977). Verdad y método. Sígueme.
Han, B. C. (2017). La expulsión de lo distinto. Herder.
Skliar, C. (2002). ¿Y si el otro no estuviera ahí? Notas para una pedagogía (improbable) de la diferencia. Miño y Dávila.
Todorov, T. (2007). La conquista de América: el problema del otro. Siglo XXI.
Zambrano, M. (2011). Claros del bosque. Cátedra.