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Opinión

El origen de la Navidad

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

Las celebraciones religiosas suelen tener orígenes complejos que entrelazan historia, cultura y fe. La Navidad no es la excepción; su historia nos revela una fascinante convergencia de acontecimientos históricos, decisiones eclesiásticas y adaptaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han moldeado una de las celebraciones más significativas del mundo cristiano.

En los albores del cristianismo, resulta sorprendente descubrir que la fecha del nacimiento de Jesús no era un tema de especial relevancia; los primeros cristianos centraban su atención en la muerte y resurrección del Mesías, acontecimientos que consideraban fundamentales para su fe naciente. Sin embargo, con el paso del tiempo, surgió la necesidad de establecer una fecha para conmemorar la Natividad; esto dio origen a diversas interpretaciones y cálculos.

Una de las primeras aproximaciones sistemáticas la encontramos en un manuscrito del año 243 indicado como el día en que nació Jesús (Cullman, 1994, p. 18-19). Este documento refleja un fascinante ejercicio de interpretación teológica: partiendo del relato de la creación, donde Dios separa la luz de las tinieblas, se estableció que el mundo debió crearse en un equinoccio; específicamente, el de primavera, fechado el 25 de marzo en el calendario romano. Siguiendo esta lógica, y considerando que el sol fue creado el cuarto día, se llegó al 28 de marzo como posible fecha del nacimiento del «Sol de Justicia», como se denomina a Cristo en el libro de Malaquías.

No obstante, el establecimiento del 25 de diciembre como fecha de celebración obedece a un proceso más complejo de inculturación religiosa. Durante el período de Constantino, entre los años 325 y 354, la Iglesia enfrentaba el desafío de cristianizar el Imperio Romano; para ello, adoptó una estrategia brillante: transformar las festividades paganas existentes en lugar de suprimirlas. La elección del 25 de diciembre no fue fortuita; coincidía con la fiesta del dios Mitra y la celebración imperial del «sol invictus», festividades profundamente arraigadas en la cultura romana.

Esta transformación cultural encontró respaldo teológico en figuras prominentes como San Ambrosio de Milán, San Agustín y el papa León Magno, quienes dotaron a la celebración de un significado que trascendía la mera coincidencia con las fiestas paganas. La decisión de Constantino de establecer el domingo como día de descanso, vinculando el «día del Señor» con el «sol invictus», consolidó esta fusión de elementos religiosos y culturales.

En Oriente, sin embargo, la tradición tomó un rumbo diferente; allí, las celebraciones del nacimiento y la Epifanía se realizaban el 5 y 6 de enero, respectivamente. Esta distinción no solo evidencia diferencias litúrgicas, sino que también refleja la rica diversidad del cristianismo primitivo y su capacidad de adaptación a diferentes contextos culturales.

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La evolución histórica de la Navidad nos enseña una lección valiosa: las tradiciones más significativas son aquellas que logran trascender su origen histórico para convertirse en portadoras de un mensaje universal. Hoy, en medio de un mundo marcado por el consumismo y la inmediatez; cuando las luces artificiales a menudo opacan el verdadero significado de la festividad, la Navidad nos invita a redescubrir su esencia más profunda: el milagro del amor divino que se hace presente en la sencillez de un pesebre.

Esta celebración, que nace en el seno del cristianismo, merece el mismo respeto y admiración que tantas otras festividades que, independientemente de su credo, encarnan valores nobles como la generosidad y la unión familiar; pues más allá de nuestras creencias particulares, es innegable que la Navidad se ha convertido en un acontecimiento universal que nos convoca a todos en torno a la esperanza y la fraternidad.

Finalmente, nos recuerda que, más allá de las fechas exactas y las tradiciones particulares, es un tiempo privilegiado para renovar nuestra disposición al asombro ante lo simple y verdadero. En un mundo fracturado por la desigualdad y el individualismo, la Navidad nos convoca a un ejercicio esencial: recuperar el valor del encuentro genuino, el arte de la generosidad desinteresada y la construcción de una sociedad más fraterna. Este es, quizás, el regalo más valioso que podemos extraer de esta historia que comenzó hace más de dos mil años: la certeza de que la verdadera celebración no está en los adornos externos, sino en nuestra capacidad de transformar cada encuentro navideño en una oportunidad para humanizar nuestro mundo.

Bibliografía

Biblia de Jerusalén. (2009). Bilbao: Desclée De Brouwer.

Cullmann, O. (1994). L’origine della festa del Natale [El origen de la fiesta de Navidad]. Brescia: Morcelliana.

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