Opinión
Educación rural en Colombia: Desafíos y oportunidades en un país de contrastes
Por: José Julián Ñáñez Rodríguez
La ruralidad es un concepto complejo que abarca una realidad diversa y desafiante. Según el Plan Especial de Educación Rural (PEER), basado en el censo de 2018, aproximadamente 11,8 millones de personas, el 24,52% de la población, viven en zonas rurales. Esta cifra no solo revela la magnitud del reto que enfrenta la educación en estas regiones, sino que también subraya la urgencia de abordar las necesidades educativas de una parte significativa de nuestra población.
En respuesta a esta realidad, el Plan Especial de Educación Rural (2020) se presenta como una herramienta prometedora, con estrategias orientadas a la atención integral desde la primera infancia hasta aspectos del deporte y la cultura. No obstante, la brecha entre las intenciones y la realidad sigue siendo considerable. En este sentido, Ortega y Solano (2023) señalan acertadamente que las políticas públicas y la gestión educativa a menudo olvidan las dificultades específicas de las comunidades rurales, lo que resulta en persistentes inequidades en calidad, currículos y acceso a tecnología.
Esta situación se ve agravada por el contexto histórico de conflicto que ha marcado nuestras zonas rurales. Como señala Claudia Grajales en su proyecto de tesis doctoral (2024), en relación con el informe final de la Comisión de la Verdad, Colombia es descrita como «un país de sobrevivientes», donde las ruralidades son «territorios de la grieta y de la herida». La Comisión arroja luz sobre esta cruda realidad, revelando cómo el conflicto armado ha dejado cicatrices profundas en el tejido social y regional de nuestras comunidades rurales. Estas heridas no son solo físicas, sino también emocionales y estructurales. En este contexto, la educación no solo debe reconocer estas realidades, sino también abordarlas de manera integral, convirtiéndose en un instrumento de sanación, reconciliación y reconstrucción del tejido social en estas zonas tan profundamente afectadas.
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Frente a este panorama, surge la necesidad imperante de repensar nuestro enfoque educativo rural. El docente Rómulo Hernando Guevara Moreno, de la Universidad del Tolima, sugiere acertadamente la necesidad de una conexión más fuerte entre la academia y las realidades rurales. Esta propuesta implica no solo llevar educación al campo, sino también integrar los saberes tradicionales con los conocimientos académicos, creando un diálogo enriquecedor entre ambos mundos.
Además, Guevara enfatiza la importancia de la construcción regional de provincias, lo que la Universidad del Tolima denomina sub-regiones. En esa línea, es necesario escuchar estas voces y promover un desarrollo educativo transformador que responda a las particularidades de cada subregión, fortaleciendo así el tejido social y económico de nuestras comunidades rurales.
En este proceso de transformación, es crucial evitar lo que podríamos denominar «colonizaciones académicas» en contextos rurales. Los programas educativos deben diseñarse con y para las comunidades, respetando y valorando sus particularidades culturales y socioeconómicas. En este sentido, la Universidad del Tolima, y en particular el Instituto de Educación a Distancia (IDEAD), tienen el desafío y la oportunidad de ser ese puente vital entre la academia y la realidad rural.
Esta visión de una educación rural transformadora encuentra eco en el informe de la UNESCO «Caminos hacia 2050 y más allá«. Este documento subraya la importancia de que la educación superior responda a los desafíos globales, incluidos los relacionados con la ruralidad, fomentando la interdisciplinariedad y promoviendo la innovación social y tecnológica adaptada a las realidades de nuestras regiones.
Es importante reconocer que estos desafíos representan, en realidad, oportunidades significativas para que las instituciones educativas replanteen su rol en la sociedad. Las universidades, en particular, tienen la oportunidad de liderar la transformación de la educación rural, convirtiéndose en agentes de cambio y desarrollo en estas comunidades. A través de programas innovadores, investigación aplicada y un compromiso genuino con las realidades locales, las instituciones educativas pueden ser catalizadoras de progreso y equidad en las zonas rurales.
Sin duda, el camino por recorrer es largo y desafiante. Sin embargo, la educación rural en Colombia tiene el potencial de convertirse en una poderosa herramienta de cambio social, capaz de sanar heridas históricas y construir un futuro de equidad y paz. Solo a través de este compromiso decidido podremos aspirar a convertir esos «territorios de la grieta y de la herida» en espacios de oportunidad, desarrollo integral y esperanza para las generaciones presentes y futuras.