viernes, 27 de junio de 2025 05:52

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Opinión

Cada instante tiene una cita con la realidad

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

La frase «cada instante tiene una cita con la realidad» surge como una intuición sobre el tiempo que encuentra eco en diversas tradiciones de pensamiento, desde la fenomenología husserliana hasta la literatura que ha hecho filosofía a través de la narrativa, el tiempo no es simplemente el escenario donde ocurren las cosas, sino el lugar mismo donde se constituye nuestra experiencia del mundo.

Para Edmund Husserl, cada momento presente no es un punto aislado en una línea temporal, sino una estructura compleja que él llamó «presente vivo». Como señala Calabrese (2019), «toda percepción se encuentra en una relación de multiplicidad de percepciones» (p. 118). Cada instante actual está constituido por retenciones del pasado inmediato y protenciones del futuro que se avecina. En esta estructura triádica se juega nuestro encuentro fundamental con lo real.

Pero ¿qué significa exactamente que cada instante tenga una «cita» con la realidad? Y más aún: ¿qué entendemos por instante? ¿Qué es eso que llamamos realidad? Quizá, estas preguntas encuentran respuestas en obras como El Principito (Saint-Exupéry, 1943), donde se nos enseña que «fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante», revelando así  cómo la realidad de los afectos se constituye temporalmente; o  Momo (Ende, 1973), donde se materializa la amenaza de los hombres grises que convencen a las personas de «ahorrar» tiempo, evidenciando que cuando perdemos la presencia auténtica perdemos literalmente la vida; y «La invención de Morel» (Bioy Casares, 1940), donde la realidad misma se revela como una construcción temporal en la que las proyecciones de la máquina no son simples grabaciones del pasado, sino presentes eternos que se actualizan en cada repetición. Estas tres perspectivas convergen en una intuición fundamental: el tiempo no contiene la realidad, sino que la constituye activamente.

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Esta comprensión va más allá de la metáfora. Para Husserl, el tiempo no es un recipiente donde ocurren las cosas, sino el modo mismo en que la conciencia se relaciona con el mundo. En sus Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo (2002), muestra que «la conciencia originaria del tiempo» es constituyente: cada «ahora» es una síntesis activa que no solo percibe lo presente, sino que retiene lo que acaba de pasar y se proyecta hacia lo que está por venir. Sin esta síntesis temporal, no habría objetos perdurables, no habría mundo coherente, solo fragmentos desarticulados de experiencia.

El instante, entonces, no es un punto matemático en una línea temporal, sino el lugar de encuentro entre la conciencia y el mundo, momento donde se actualiza lo posible, donde la realidad cobra existencia. Por eso la «cita» implica responsabilidad: nuestra presencia o ausencia determina literalmente qué aspectos de la realidad se actualizan.

Aquí radica quizás la dimensión más radical de esta idea: que perderse el presente es perderse literalmente la realidad. No metafóricamente, sino en sentido estricto. Porque la realidad no preexiste al tiempo; se temporaliza en cada instante presente. Cuando estamos distraídos, ausentes, viviendo en el pasado o proyectándonos al futuro, no solo nos perdemos un momento: nos perdemos la actualización misma de lo real.

Sin embargo, esta perspectiva no debe confundirse con un llamado ingenuo a la atención plena o a la presencia como autoayuda. Se trata de algo mucho más profundo y desafiante: del reconocimiento de que somos co-constituyentes activos del mundo que habitamos. No hay realidad neutral esperando ser percibida; hay realidades que se actualizan o se pierden según nuestra capacidad de presencia temporal. Por ende, las implicaciones políticas y éticas de esta perspectiva son inmensas. Si cada momento es constitutivo de lo real, entonces nuestra manera de habitarlos determina el tipo de mundo que actualizamos. La dispersión temporal no es solo una pérdida personal sino una forma de empobrecimiento colectivo. Recuperar la capacidad de presencia se convierte así en un acto de resistencia ontológica: la afirmación de que podemos participar conscientemente en la construcción de la realidad en lugar de ser meros espectadores de un mundo ya dado.

Referencias

Bioy Casares, A. (1940). La invención de Morel. Buenos Aires: Losada.

Calabrese, C. C. (2019). Conciencia del tiempo en san Agustín y en Husserl. Los modos originarios de la subjetividad. Alpha, (48), 109-122.

Ende, M. (1973). Momo. Stuttgart: Thienemann.

Husserl, E. (2002). Lecciones de fenomenología de la conciencia interna del tiempo (Tr. Agustín Serrano del Haro). Madrid: Trotta.

Saint-Exupéry, A. de (1943). El Principito. Nueva York: Reynal & Hitchcock.