Opinión
El panóptico invisible: la tiranía del qué dirán en la era digital

Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.
En la intrincada red de relaciones humanas, pocos fenómenos son tan universalmente devastadores como el temor al «qué dirán». Esta preocupación ha encontrado en la sociedad contemporánea nuevas formas de manifestarse, especialmente a través de las tecnologías digitales.
¿Qué es exactamente un juicio de valor? Es una evaluación subjetiva que asigna cualidades morales a acciones o personas basándose en criterios que el evaluador considera válidos. Lo crucial aquí es entender que estos juicios no representan verdades objetivas sino interpretaciones condicionadas por marcos culturales, experiencias personales y contextos históricos específicos. Cuando alguien juzga una conducta como «incorrecta» o «inmoral», no está describiendo una realidad absoluta sino proyectando su particular sistema de valores sobre la acción observada.
Michel Foucault (1975) desarrolla la metáfora del panóptico: una estructura carcelaria diseñada para que los reclusos se sientan constantemente observados sin poder verificar si efectivamente lo están. Este sistema de vigilancia no requiere de la presencia física del vigilante para funcionar, pues su efectividad radica en la interiorización de la mirada externa. De manera análoga, las redes sociales han construido un panóptico digital donde cada individuo interioriza la mirada vigilante hasta convertirse en su propio carcelero, modulando publicaciones, comentarios y comportamientos ante el temor del escrutinio público.
Paradójicamente, este mismo panóptico que genera ansiedad en muchos sirve a otros como escenario deseado para alcanzar visibilidad y reconocimiento, o incluso como único canal disponible para que voces marginadas puedan hacerse escuchar. Esta dualidad revela una de las contradicciones fundamentales de nuestra hiperconectividad contemporánea: mientras promete democratización y acceso, simultáneamente intensifica mecanismos de vigilancia y control (Han, 2014; Castells, 2019; Santaella,2004).
Profundizando en estas reflexiones, encontramos en Jean-Paul Sartre (1943) una dimensión filosófica aún más penetrante. Su concepto de «la mirada del otro» explica cómo el ser observado no es un acto neutro: es una experiencia que nos cosifica, que nos convierte en objetos evaluados desde criterios que no controlamos. Así, el filósofo existencialista nos advierte que permitir que nuestro valor dependa del juicio ajeno es una forma de mala fe, una renuncia a nuestra libertad fundamental. Esta condición se intensifica exponencialmente en el ámbito digital, donde una publicación puede ser juzgada simultáneamente por miles de personas.
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Esta dinámica de vigilancia externa se materializa en nuestro comportamiento cotidiano. Como señala Erving Goffman (1959), nos convertimos en actores permanentes, ajustando nuestra «fachada» según el escenario social en que nos encontremos. Este teatro cotidiano responde a la necesidad de evitar la vergüenza y asegurar la aceptación, pero también puede constituir un sofisticado juego de poder donde la visibilidad y la atención se convierten en capital social altamente valorado. En el contexto de las redes sociales, esta teatralidad se vuelve aún más elaborada: construimos perfiles idealizados, editamos fotografías y medimos nuestro valor en función de métricas de popularidad.
No obstante, es crucial recordar que todo juicio moral es, en última instancia, una construcción situada. Como bien argumenta Charles Taylor (1989), nuestros marcos valorativos no son universales sino producto de contextos históricos y culturales específicos. Lo que para algunos representa una transgresión imperdonable, para otros constituye un acto de libertad legítima. La pretensión de superioridad moral olvida esta relatividad fundamental.
Ahora bien, lo particularmente preocupante de nuestra época es que estos mecanismos de vigilancia y juicio han encontrado en las redes sociales un espacio de expresión sin restricciones de responsabilidad. Hannah Arendt (1958) nos proporciona reflexiones aplicables a este fenómeno: el espacio público se ha degradado cuando la palabra no viene acompañada de la responsabilidad por lo dicho.
En este panóptico digital, los perfiles anónimos constituyen espacios donde las normas habituales de convivencia quedan suspendidas. Tras el escudo del anonimato, florece la calumnia sin consecuencias, el juicio sin conocimiento, la sentencia sin apelación. El miedo al juicio ajeno, lejos de ser meramente una debilidad personal, se transforma en un mecanismo de control social donde cada publicación, cada comentario y cada imagen se convierten en potenciales objetos de escrutinio masivo, capaces de destruir reputaciones en cuestión de minutos.
Paralelamente, emergen aquellos que se autoproclaman guardianes de la moral superior. Estos individuos, a menudo escondidos detrás de perfiles cuidadosamente construidos, se dedican a señalar los errores ajenos mientras ignoran los propios. Se erigen como una nueva forma de inquisición contemporánea que, sin verificar la veracidad de sus acusaciones ni considerar contextos particulares, emite sentencias desde una pretendida perfección moral. Su actitud no solo refleja una falta de empatía, sino también una necesidad de validación social. Al juzgar a otros, buscan reafirmar su propia superioridad moral, aunque esta sea superficial y efímera. Esta postura, sin embargo, rara vez contribuye a un diálogo constructivo; por el contrario, fomenta la división y el resentimiento.
Frente a este panorama, el valor de la autenticidad emerge como un antídoto necesario ante la tiranía del qué dirán. Ser fiel a uno mismo no implica ignorar al otro, sino establecer una relación con la alteridad que no sea de sometimiento sino de diálogo genuino. Este ejercicio demanda una constante reflexión sobre nuestros propios criterios valorativos.
Antes de emitir juicios sobre los demás, deberíamos, por tanto, someter nuestros propios marcos valorativos a un riguroso examen. ¿Desde qué posición juzgamos? ¿Con qué autoridad moral elevamos nuestra perspectiva por encima de las demás? La capacidad de cuestionar nuestros propios juicios constituye el primer paso hacia una ética de la responsabilidad y el respeto mutuo.
Referencias
Arendt, H. (1958). La condición humana. Paidós.
Castells, M. (2009). Comunicación y poder. Alianza Editorial.
Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI.
Goffman, E. (1959). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu.
Han, B.C. (2014). En el enjambre. Herder.
Santaella, L. (2004). Navegar no ciberespaço: o perfil cognitivo do leitor imersivo. Paulus.
Sartre, J.P. (1943). El ser y la nada. Losada.
Taylor, C. (1989). Las fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna. Paidós.