Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

La frase de Michel Foucault «Uno se preocupa de sí para sí mismo» parece, a primera vista, una obviedad, ¿acaso no es natural que cada quien se ocupe de sí mismo? Sin embargo, esta aparente simpleza esconde una reflexión profunda sobre algo que hemos perdido en nuestras sociedades: la capacidad de cultivar una relación auténtica con nosotros mismos como fundamento de cualquier vínculo genuino con los otros.

Foucault nos propone algo que suena contradictorio: solo quien aprende a cuidarse verdaderamente puede cuidar de otros. No se trata de una secuencia temporal —primero yo, después los demás— sino de una condición existencial. El cuidado de sí no es egoísmo, ni narcisismo disfrazado de filosofía; es la base misma de la ética. Como señala Hernández y Toro (2017), «solo podremos cuidar al otro si logramos el cuidado de sí» (p. 29).

Ahora bien, ¿cómo se cultiva este cuidado auténtico? Para Foucault, vivimos inmersos en dispositivos de poder que moldean nuestra subjetividad sin que lo percibamos: discursos sobre lo que significa ser exitoso, productivo, normal o deseable, el cuidado de sí se convierte entonces en un acto de resistencia a través de la identificación crítica de esos discursos de poder que condicionan nuestro actuar. Ahora bien, las tecnologías del yo que propone Foucault —la meditación, la escritura reflexiva, el examen de conciencia, el diálogo socrático— no son técnicas de autoayuda sino prácticas de resistencia. Permiten al sujeto sustraerse de los dispositivos de control que operan sobre él, creando espacios de libertad donde es posible «hacer de la propia vida una obra de arte» (Sossa, 2010, como se cita en Garcés & Giraldo, 2013, p. 36).

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Sin embargo, en nuestro tiempo estas prácticas han sido distorsionadas. Aquí emerge una distinción crucial: la diferencia entre autocuidado como consumo y cuidado de sí como práctica de libertad. El primero se vende en el mercado de la felicidad; cursos de mindfulness para aumentar la productividad, retiros de fin de semana para desestresarse, aplicaciones de meditación que prometen paz mental en diez minutos diarios. El segundo implica un trabajo paciente y sostenido sobre nosotros mismos, sin garantías de resultados inmediatos ni promesas de bienestar.

Por otra parte, encontramos quienes convierten el cuidado de sí en construcción de una imagen perfecta para otros. Las redes sociales han creado una nueva forma de alienación donde cuidarse significa proyectar una versión idealizada de nosotros mismos. Aquí el «yo» se convierte en un producto más, cuidadosamente editado, filtrado y optimizado para el consumo ajeno, este performance del bienestar está tan alejada del cuidado de sí foucaultiano como lo está lo está la gestión de sí como marca personal.

Frente a estas deformaciones, el verdadero cuidado de sí se revela como algo mucho más exigente, la responsabilidad radical de transformarse, incluso cuando las circunstancias no sean favorables. este trabajo no es un repliegue narcisista sino, precisamente, la condición para cualquier encuentro auténtico con la alteridad. Pues, solo quien ha cultivado la paciencia consigo mismo puede tener paciencia con otros; solo quien ha practicado la compasión hacia sus propias limitaciones puede ser compasivo con las ajenas. En este sentido, «Preocuparse de sí para sí mismo» no es una invitación al egoísmo sino el reconocimiento de que la transformación del mundo comienza necesariamente con la transformación de nosotros mismos. No como condición previa, sino como trabajo simultáneo y permanente.

Referencias

Garcés Giraldo, L. F., & Giraldo Zuluaga, C. (2013). El cuidado de sí y de los otros en Foucault, principio orientador para la construcción de una bioética del cuidado. Discusiones Filosóficas, 14(22), 187-201.

Hernández Sánchez, B. Y., & Toro Jaramillo, I. D. (2017). Foucault y el cuidado de sí mismo: una posibilidad para la gestión humana. Revista ESPACIOS, 38(53), 35.