Connect with us

Opinión

Las creencias en tiempos de fragmentación

Foto del avatar

Published

on

Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

Con ocasión del inicio de la Semana Santa, resulta especialmente pertinente reflexionar sobre la dimensión espiritual de nuestra existencia. En un mundo donde la inmediatez y la relativización de las verdades dominan nuestra experiencia cotidiana, cabe preguntarse sobre el destino de la fe, lo sagrado y la búsqueda de trascendencia en estos tiempos de incertidumbre.

La posmodernidad ha traído consigo lo que Lyotard (1984) denominó «la muerte de los metarrelatos». Aquellas grandes narrativas que otorgaban sentido y orientación —la religión, la ciencia, el progreso— han perdido su hegemonía incuestionable. Ya no existe un único relato legitimador que ordene nuestra experiencia; en su lugar, proliferan interpretaciones diversas y personales de la realidad.

En este contexto, la experiencia religiosa se transforma radicalmente. Como señala Bauman (2005), vivimos en tiempos de «fe líquida»: la religión ha dejado de ser una estructura sólida e inamovible para convertirse en un menú de opciones espirituales. Las personas ya no buscan prioritariamente la salvación eterna, sino más bien consuelo inmediato y bienestar emocional; asistimos a una auténtica hibridación en el hipermercado de lo religioso, donde la trascendencia, antes vertical y dirigida hacia lo divino, se horizontaliza hacia experiencias temporales.

En este sentido, Taylor (2007) identifica en nuestros días un giro hacia la espiritualidad individual, desvinculada de marcos institucionales rígidos. Las personas construyen su propio camino espiritual, tomando elementos de diversas tradiciones según sus necesidades. El «creer sin pertenecer» se convierte en fenómeno característico de nuestro tiempo. Han (2014) complementa esta visión señalando que esta individualización espiritual se inscribe en un contexto más amplio de «psicopolítica», donde el sujeto contemporáneo interioriza formas sutiles de dominación bajo la apariencia de libertad.

Esta situación no representa el fin de lo sagrado, sino su reconfiguración. Nietzsche (2001) proclamó la «muerte de Dios» hace más de un siglo. Sin embargo, esta «muerte» no condujo a la desaparición de lo divino, sino a la proliferación de nuevos ídolos: el mercado, la tecnología y el culto al yo, ocupan ahora el espacio dejado por las religiones tradicionales.

Resulta llamativo el fenómeno de la devoción casi religiosa que se profesa hoy hacia líderes políticos, celebridades e influencers. Estas figuras han adquirido un estatus cuasi sagrado para muchos seguidores, quienes les atribuyen cualidades extraordinarias. Como señala Girard (1989), la sociedad contemporánea no ha superado su necesidad de ídolos, solo ha diversificado sus objetos de veneración. Asistimos así a una sacralización de lo profano: la política como religión secular, las redes sociales como templos y las tendencias de consumo como rituales identitarios.

Le puede interesar: La era de los «post»: nuevos horizontes en tiempos de incertidumbre

La posmodernidad, con su rechazo a las narrativas totalizantes y su énfasis en la pluralidad de verdades, plantea desafíos para cualquier sistema de creencias basado en interpretaciones coherentes. Como señala Adolfo Suárez (2024), las sociedades multiculturales contemporáneas exigen replantearse la significación de lo divino en la vida comunitaria.

¿Estamos ante el ocaso definitivo de la fe? Quizás nos encontramos, más bien, ante su metamorfosis. Las preguntas fundamentales que han acompañado a la humanidad persisten, aunque las respuestas tradicionales hayan perdido parte de su capacidad persuasiva. La incertidumbre posmoderna no elimina nuestra necesidad de trascendencia; quizás incluso la intensifica.

En este escenario, los sistemas de creencias que logren dialogar con la pluralidad contemporánea sin renunciar a sus fundamentos, que ofrezcan sentido sin imposición, tendrán mayor resonancia en las sensibilidades actuales. La tarea pendiente consiste en construir puentes entre la herencia espiritual y las inquietudes contemporáneas. No se trata de aferrarse nostálgicamente a formas religiosas del pasado ni de abandonar la búsqueda de trascendencia, sino de reimaginar lo sagrado en diálogo con nuestro tiempo.

En esta encrucijada, la incertidumbre posmoderna, lejos de ser enemiga de la fe, puede convertirse en su más fecundo catalizador. Por ende, la Semana Santa que ahora iniciamos, más allá de su significado específico para el cristianismo, nos ofrece a todos —creyentes y no creyentes— un valioso espacio de pausa en medio de la vorágine cotidiana. Una oportunidad para el enriquecimiento y fortalecimiento espiritual, para redescubrir esas dimensiones de trascendencia que, bajo nuevas formas, siguen siendo esenciales para nuestra condición humana.

Referencias

Bauman, Z. (2005). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Girard, R. (1989). La violencia y lo sagrado. Anagrama.

Han, B-C. (2014). Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Herder.

Lyotard, J-F. (1984). La condición postmoderna: Informe sobre el saber. Cátedra.

Nietzsche, F. (2001). La gaya ciencia. Akal.

Suárez, A. (2024). El adventismo en la posmodernidad: algunas reflexiones. Memrah: Revista Bíblica-Teológica, 6, 85-99.

Taylor, C. (2007). A Secular Age. Harvard University Press.