miércoles, 12 de noviembre de 2025 10:18

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Opinión

El silencio que duele: cuando la medicina olvida su humanidad

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Por: Daniel Ávila

El caso de Laura, la menor que buscó ayuda en la Fundación Valle del Lili y terminó recibiendo tratamientos irreversibles, ha estremecido al país. Más allá de tecnicismos médicos y posturas ideológicas, hay una verdad que interpela la conciencia colectiva: el cuerpo de una menor no puede convertirse en un campo de ensayo.

La medicina nace para sanar, no para experimentar con el dolor humano. Cuando una institución de salud pierde de vista la dimensión integral de la persona su historia, su contexto emocional, sus heridas invisibles, corre el riesgo de convertir la ciencia en una herramienta sin alma. Laura no necesitaba que transformaran su cuerpo; necesitaba que alguien la ayudara a sanar su alma.

Este caso nos recuerda que la ciencia sin prudencia puede ser peligrosa, y que el conocimiento sin compasión se vuelve vacío. En una sociedad que busca justicia y verdad, no se puede permitir que decisiones médicas de tal magnitud recaigan sobre hombros que aún no han terminado de crecer.

La Fundación Valle del Lili debe aclarar qué ocurrió, cómo se tomaron las decisiones y bajo qué protocolos se aplicaron tratamientos tan sensibles. No basta con hablar de consentimiento informado si no existió acompañamiento emocional ni madurez suficiente para comprender las consecuencias. Cuando se trata de menores, la prudencia y la ética no son opcionales, son obligaciones morales.

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El país necesita saber si se actuó con ligereza, si se omitieron evaluaciones necesarias o si hubo presiones externas que influyeron en las decisiones. Porque la verdad médica no puede ser un privilegio institucional, debe ser un compromiso con la sociedad.

Este no es un debate ideológico, sino profundamente humano. Cada niño y cada niña merecen ser escuchados, acompañados y protegidos. La salud mental, el apoyo familiar y el acompañamiento psicológico no pueden ser sustituidos por tratamientos irreversibles.

En el fondo, este caso nos obliga a mirar hacia dentro: a preguntarnos qué tipo de sociedad queremos ser. Una que acompañe con amor o una que entregue a sus hijos a la prisa de los experimentos.

Porque cuando la medicina olvida su propósito, cuando deja de ver al paciente como un ser humano con historia, esperanza y dolor, la ciencia pierde su alma. Y Colombia no puede permitirse perder la suya.