Opinión

El amor

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación

Para cerrar este mes del amor y la amistad, resulta oportuno reflexionar sobre un concepto que ha sido objeto de profunda contemplación desde los albores del pensamiento occidental: el amor. Platón, en su obra «El Banquete», nos ofrece diversas perspectivas, entre ellas, destacan dos visiones: la de Aristófanes y la de Sócrates.

En el diálogo, Aristófanes nos habla de seres primordiales, completos en sí mismos, que poseían cuatro brazos, cuatro piernas y dos rostros en una sola cabeza. Estos seres, en su arrogancia, desafiaron a los dioses y fueron castigados por Zeus, quien los dividió en dos. Tras esta escisión, las mitades comenzaron a morir de anhelo y soledad. Conmovido, Zeus introdujo a Eros, el amor, permitiéndoles buscar y encontrar su otra mitad. Esta separación origina en nosotros un anhelo eterno, una búsqueda incesante de aquella parte que nos completa, bajo el imaginario de encontrar nuestra «otra mitad» o «media naranja».

Por otra parte, Sócrates, eleva el concepto del amor a un plano más abstracto y trascendental. Pues, nos presenta el amor como una fuerza ascendente, un impulso que nos lleva de lo particular a lo universal, de lo físico a lo espiritual. Es el amor como camino hacia la sabiduría y la virtud, como motor de nuestro crecimiento ético y filosófico. Estas dos concepciones, nos invitan a considerar el amor en toda su complejidad. Como un fenómeno que es a la vez profundamente personal y universalmente humano, que nos arraiga en nuestra corporalidad y a la vez nos impulsa hacia lo trascendente.

A lo largo de la historia, otras posturas que se suman a las reflexionadas ya por platón que han moldeado nuestra concepción del amor. Entre ellas, es innegable la influencia de la visión cristiana; la Iglesia nos presenta la idea de un amor incondicional y abnegado que «todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor.13, 1ss). Aunque esta visión, ha inspirado actos de generosidad, también ha conducido a normalizar relaciones abusivas justificando el sufrimiento en nombre del amor, como bien lo señala Derrida. Al idealizar el amor como una fuerza casi sobrehumana, corremos el riesgo de desatender los aspectos prácticos y cotidianos que sostienen las relaciones saludables.

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Esta preocupación por los aspectos prácticos del amor fue abordad por Erich Fromm en su obra “El arte de amar», donde delinea cuatro elementos esenciales: respeto, conocimiento, responsabilidad y cuidado. Estos componentes nos desafían a ver al otro en su totalidad, a comprenderlo profundamente, a responder a sus necesidades y a cultivar activamente su bienestar.

Sin embargo, ¿cómo se manifiestan estos ideales en nuestra sociedad contemporánea? Zygmunt Bauman acuñó el término «amor líquido» para describir las relaciones en la modernidad tardía: conexiones frágiles, temporales, carentes de solidez y compromiso. En la era de las aplicaciones de citas y las redes sociales, donde las opciones parecen infinitas, el amor profundo y duradero puede parecer un concepto arcaico. No obstante, la filósofa contemporánea Martha Nussbaum, en su obra «El conocimiento del amor», argumenta que no solo es una emoción, sino una forma de conocimiento ético. Es decir, amar implica reconocer la alteridad radical del otro, su misterio irreductible, y aun así elegir comprometerse con esa realidad compleja y a menudo contradictoria.

Estas reflexiones sobre el amor como conocimiento ético y reconocimiento de la alteridad nos revelan su verdadera naturaleza: un acto de valentía y transformación. En una era de conexiones superficiales, amar profundamente es resistir, es elegir la profundidad sobre la fugacidad, la paciencia sobre la gratificación instantánea; Más allá de nuestras máscaras digitales, el amor nos recuerda nuestra capacidad de forjar vínculos significativos y duraderos, sembrando la esperanza de un mundo más humano.

En este panorama, las palabras de Octavio Paz resuenan con claridad: «El amor es una apuesta, insensata, por la libertad. No la mía, la ajena». Esta visión del amor como compromiso con la libertad del otro implica reconocer la otredad, apostar por el florecimiento ajeno. En un mundo que nos empuja al escepticismo y al aislamiento, el amor se erige como un acto revolucionario, pues nos desafía a trascender nuestros límites y tejer un mundo más compasivo y solidario.

Bibliografía:

  • Platón. (1989). El Banquete. Madrid: Gredos.
  • Derrida, J. (1998). Políticas de la amistad. Madrid: Trotta.
  • Fromm, E. (1956). El arte de amar. Barcelona: Paidós.
  • Bauman, Z. (2005). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
  • Nussbaum, M. (1990). Love’s Knowledge: Essays on Philosophy and Literature. New York: Oxford University Press.
  • Paz, O. (1993). La llama doble., Amor y Erotismo. Barcelona: Seix Barral.

 

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