lunes, 22 de diciembre de 2025 06:10

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Opinión

“Cuando el partido es del patrón: el conservatismo tolimense y su crisis de legitimidad”

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Por: Julián Betancourt

La exclusión de José Élver Hernández (“Choco”) de la lista del Partido Conservador a la Cámara de Representantes en el Tolima, forma un caso paradigmático de la transformación de los partidos políticos en nuestro país. Lejos de ser un fenómeno aislado, este episodio nace en una tendencia más amplia: podemos ver como los partidos se convierten en estructuras cerradas, orientadas más a la reproducción de sus élites internas que a la articulación de intereses ciudadanos, en este caso a los ciudadanos del Tolima.

En términos prácticos, podemos definir el hecho claramente: el directorio departamental del Partido Conservador debiendo ser un órgano democrático— actuó en función de las decisiones del senador Gamonal, quien ha consolidado el control del partido en la región durante más de una década.

La llamada “indisciplina de partido” atribuida a “Choco” y en esa misma idea al hoy senador Miguel Ángel Barreto, opera más como un dispositivo retórico con miedo a la pérdida de poder, que como una regla programática de partido. Ello se evidencia al observar que, los congresistas barretistas poco o nada han movilizado recursos para el departamento, y en esa disputa el senador Miguel Ángel Barreto se los lleva de lejos, paradójicamente, esta gestión es presentada como prueba de “petrismo”, o de «arrodillado» pero jamás como una función natural del ejercicio legislativo, jamás como una función natural por dar verdaderas soluciones a la gente del Tolima.

Desde la teoría política, este tipo de dinámicas ha sido ampliamente estudiado. Giovanni Sartori señaló que los partidos que abandonan su función representativa tienden a “oligarquizarse”: sus decisiones se concentran en élites internas que sustituyen la deliberación democrática por la obediencia jerárquica. En el caso tolimense, la figura del gamonal —representada por el que quita y pone en el Tolima— se convierte en el eje articulador del partido, desplazando cualquier consideración que pueda llamarse programática.

Otros autores como, Peter Mair y Katz & Mair conceptualizaron la emergencia del partido cartel, caracterizado básicamente en tres grandes rasgos que describen lo que en el Tolima pasa: (1) disminución del vínculo con la ciudadanía, (2) creciente dependencia de recursos estatales y (3) cierre organizacional que permite a las élites controlar las candidaturas. El episodio del conservatismo tolimense encaja plenamente en esta descripción: el directorio funciona como un filtro que reproduce el control barretista, no como un mecanismo de competencia interna, ya bastante se dice en los pasillos y cafeterías en las tertulias sobre política: “En el Tolima no hay conservatismo, hay barretismo”.

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Este distanciamiento del partido respecto a la ciudadanía tiene consecuencias directas. Otro autor, Bernard Manin, describió la transición de los sistemas representativos hacia una “democracia de audiencia”, donde los electores evalúan resultados más que identidades partidarias, en palabras prácticas a los tolimenses le debería interesar más la gestión de los congresistas que las discusiones ideológicas. En el Tolima, esta lógica se debería manifestar en el reconocimiento público de la gestión del senador Miguel Ángel Barreto: para la ciudadanía, importa más la obtención de recursos que la disciplina interna del partido. Sin embargo, el conservatismo local interpreta esta divergencia como una amenaza a la cohesión interna, y no como una señal de renovación necesaria, lo último que les preocupa son las necesidades de la gente en el territorio, y si les preocupa es solo en el guión de una buena estrategia de comunicación.

De este modo, el caso barretista revela la contradicción central de los partidos contemporáneos: exigen disciplina, pero no ofrecen representación; reclaman coherencia, pero los resultados esperados no aparecen; monopolizan las candidaturas, pero se desconectan de las necesidades del territorio, y cuando logran conectarse lo hacen con cálculo electoral. La consecuencia es una erosión progresiva de la legitimidad partidaria, coherente con los diagnósticos globales sobre la crisis de los sistemas de partidos.

El Tolima no es una excepción: es un laboratorio donde se observan con nitidez los síntomas de una enfermedad institucional más profunda. Mientras los partidos sigan operando como simples tramitadores de aval y no como intermediarios entre ciudadanía y Estado, la política regional seguirá capturada por lógicas de obediencia feudal. Y en ese escenario, la exclusión de ‘Choco’ no es un hecho aislado: es la manifestación visible de un sistema que premia la sumisión, castiga la gestión y lacera la democracia.