sábado, 12 de julio de 2025 16:55

Connect with us

Opinión

No hay hechos, solo interpretaciones

Published

on

Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

Entre las expresiones que han marcado el pensamiento contemporáneo, pocas resultan tan citadas y, paradójicamente, tan incomprendidas como la sentencia de Nietzsche «no hay hechos, solo interpretaciones». Esta afirmación, surgida de las profundidades de sus cuadernos en 1886, se ha convertido en el refugio intelectual de quienes buscan justificar que de algún modo todo es válido; sin embargo, su alcance filosófico apunta en una dirección radicalmente distinta. De hecho, esta concepción de la verdad marca un giro epistémico fundamental que abre las puertas a la hermenéutica contemporánea y anticipa los primeros pasos de lo que será el giro lingüístico, desplazando el interés de la filosofía hacia el lenguaje y el discurso como mediadores constitutivos de nuestra experiencia.

El fragmento revela una complejidad que desarma tanto a positivistas como a relativistas. Cuando Nietzsche (2008) escribe «contra el positivismo, que se queda en el fenómeno ‘sólo hay hechos’, yo diría: no, precisamente no hay hechos, sólo interpretaciones», parece ofrecer munición al subjetivismo reinante. Pero inmediatamente después asesta el golpe definitivo: «‘Todo es subjetivo’, decís vosotros: pero ya eso es interpretación, el ‘sujeto’ no es algo dado sino algo inventado y añadido, algo puesto por detrás» (p. 354).

Esta perspectiva permite desentrañar la verdadera naturaleza del perspectivismo nietzscheano. Cuando el filósofo afirma que «son nuestras necesidades las que interpretan el mundo: nuestros impulsos y sus pros y sus contras» (Nietzsche, 2008, p. 354), no está celebrando un carnaval epistemológico donde toda interpretación vale lo mismo. Está señalando que detrás de cada pretensión de verdad se esconden configuraciones de poder específicas, impulsos que «ansían dominio» y buscan imponer su perspectiva como norma universal. Por ejemplo, cuando un gobierno declara que sus políticas económicas son «técnicamente necesarias» o cuando un sistema educativo presenta su currículo como «objetivamente neutral», están perpetrando la misma violencia epistemológica que denunciaba el filósofo alemán.

Le puede interesar: El otro como enigma

Como observa Anderson (1999), para Nietzsche «la verdad sobre el mundo depende de nuestras perspectivas cognitivas y los estándares epistémicos apropiados para ellas» (p. 55). Esto no conduce al relativismo absoluto, sino a una responsabilidad hermenéutica más exigente: si reconocemos que nuestras interpretaciones emergen desde perspectivas situadas, debemos explicitar desde dónde hablamos y por qué. Es lo que Gadamer (1960) llamaría la honestidad del horizonte histórico: toda comprensión acontece desde un lugar específico que condiciona, sin determinar mecánicamente, nuestro acceso a la realidad.

Ahora bien, en la era de las redes sociales, esta reflexión nietzscheana cobra una urgencia inusitada. Cada publicación, cada historia, se presenta como un «hecho» neutro, cuando en realidad constituye una interpretación cargada de intenciones, sesgos y posiciones ideológicas. Los algoritmos que determinan qué información vemos no son neutrales; responden a lógicas comerciales y políticas específicas que moldean nuestra percepción de la realidad. Así, cuando compartimos una noticia creyendo transmitir «información objetiva», estamos participando inconscientemente en esa danza de interpretaciones que Nietzsche describía, donde cada perspectiva busca imponerse como la versión definitiva de los acontecimientos.

Esta perspectiva nietzscheana desarticula, entonces, dos ilusiones fundamentales. La primera es la creencia positivista en el «hecho bruto»: la idea de que existen datos puros, observaciones neutras que pueden captarse sin mediación interpretativa alguna. La segunda es la ilusión relativista del «todo vale»: la creencia de que, al no existir hechos objetivos, cualquier interpretación individual tiene la misma validez. En este sentido, nos convoca a la responsabilidad ética de reconocer que nuestras verdades son siempre interpretaciones situadas en relaciones de poder específicas. Como dirían los antiguos -conocer es, ante todo, conocerse a sí mismo en el acto mismo de conocer-.

Referencias

Anderson, R. L. (1999). Nietzsche’s views on truth and the kantian background of his epistemology. En Nietzsche, epistemology and philosophy of sciences (pp. 47-59). Springer.

Gadamer, H. G. (1960). Verdad y método. Sígueme.

Nietzsche, F. (2008). Fragmentos póstumos IV (J. L. Vermal & J. B. Llinares, Trads.). Tecnos.