Opinión
¿Qué es fracaso a los 20? la herida silenciosa de los jóvenes de hoy
Por: Dahian García Covaleda
Hay una verdad que pocos se atreven a decir en voz alta, la década de los veinte es, para muchos, un catálogo entero de fracasos y decepciones. No porque realmente seamos un desastre (aunque a veces lo parezca) sino porque convivimos con una nube de expectativas que dibujamos siendo adolescentes, sueños profesionales que imaginábamos nítidos, carreras que avanzarían sin tropiezos, amores que serían eternos y una versión adulta de nosotros mismos tan idealizada que hoy nos mira con cierta condescendencia desde el pasado.Lo que nadie nos explicó es que las expectativas adolescentes suelen ser el equivalente emocional a construir un rascacielos con un plano dibujado en servilleta. Y, sin embargo, muchos jóvenes cargamos ese diseño como si fuera una obligación.
A los veinte, todo se siente urgente, tener éxito, ganar dinero, “encontrar el amor de tu vida”, no quedarse atrás. Es una década donde las comparaciones nos rodean como sombras largas. Nos comparamos con nuestros amigos, que parecen avanzar más rápido; con desconocidos de internet, que siempre anuncian logros; y sobre todo, con nuestros padres y abuelos, que a nuestra edad ya tenían casa, hijos, estabilidad laboral… y un currículum de “adultez” que hoy parece casi imposible.Pero hay un detalle fundamental, ellos vivieron en otro mundo. Un mundo donde las trayectorias eran más lineales, donde la estabilidad era más alcanzable, donde un trabajo podía durar décadas y donde la presión por sobresalir a cada instante no se renovaba cada 24 horas como ahora en redes sociales. Compararnos con eso no solo es injusto, es absurdo.
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El fracaso, esa palabra que evitamos, aparece entonces como un fantasma que nos persigue. Pero quizá deberíamos empezar a mirarlo con otros ojos. ¿Y si los veinte no fueran la década para cumplir expectativas, sino para descubrir cuáles son realmente nuestras y cuáles solo heredamos? ¿Y si esta etapa estuviera diseñada más para equivocarse que para acertar?Los fracasos de los veinte (las carreras cambiadas, los trabajos que no salen, las relaciones que se rompieron antes de empezar, los planes que se derrumbaron) no son señales de que vamos mal, sino de que estamos aprendiendo el idioma de la vida adulta. Son, en cierto modo, la gimnasia emocional que nos permitirá construir algo propio, no un espejo de lo que otros consiguieron a nuestra edad.
Quizá el problema no es que fracasamos demasiado, sino que esperamos demasiado pronto tener éxito. Y la verdad incómoda es que la gran mayoría de las vidas que admiramos se construyeron a base de una colección de errores que nadie pública.Los veinte duelen, sí. Pero ese dolor puede convertirse en brújula. No es una década para “llegar”, sino para buscar. Para tropezar, reajustar, renombrar lo que queremos. Para entender que el fracaso no es una desviación del camino, es parte del camino mismo.Si pudiéramos dejar de medirnos con estándares que no son nuestros, quizá descubriríamos que vamos más lejos de lo que creemos. Y que, en el fondo, no estamos fracasando, estamos empezando.
