Opinión

Los símbolos navideños

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

La Navidad, más allá de su origen religioso, se ha convertido en una celebración que une a millones de personas alrededor del mundo. Entre sus múltiples símbolos y tradiciones, destacan la elaboración del pesebre y el árbol navideño, dichas representaciones lejos de ser elementos decorativos constituyen un rico entramado de significados que merece ser explorado. Pues, conocer el origen de estas tradiciones que hoy reúnen a familias enteras nos permite comprender mejor nuestro presente y valorar la riqueza cultural heredada.

El pesebre o nacimiento, una de las representaciones más significativas de esta festividad, tiene su origen en la sensibilidad pastoral de Francisco de Asís, el santo patrono de Italia. De acuerdo con el Relato de Tomás de Celano, en 1223, en la pequeña población de Greccio, Francisco concibió la idea de recrear el nacimiento de Jesús de una manera tangible y cercana para los fieles. Esta primera representación viva incluía un pesebre real, paja, un buey y un asno; creando así un escenario que permitía a los fieles «ver» con sus propios ojos el misterio de la Natividad. La iniciativa franciscana transformó para siempre la manera de celebrar la Navidad; pronto, esta costumbre se extendió por toda Italia y luego por el mundo cristiano, enriqueciéndose con elementos locales y culturales de cada región.

El árbol de Navidad, por su parte, tiene una historia fascinante que entreteje elementos culturales y religiosos. Sus antecedentes más antiguos se remontan al siglo IV, cuando las casas se decoraban con coronas durante la celebración de la Epifanía -la festividad que conmemora la adoración de los Reyes Magos al niño Jesús- el 6 de enero. Esta costumbre de adornar los hogares con elementos vegetales persistió y se transformó durante la Edad Media, cuando en las representaciones de los misterios religiosos se comenzó a utilizar un árbol que simbolizaba el del Paraíso, vinculado al pecado original.

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No obstante, los primeros registros documentados del árbol navideño nos llevan a Renania, Alemania, donde originalmente se utilizaban manzanos. Sin embargo, dada la dificultad de encontrarlos florecidos en invierno, fueron reemplazados por abetos, que destacaban por su verdor perenne. A estos se les adornaba con manzanas, simbolizando el árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:9). La transformación simbólica continuó cuando se comenzaron a colgar hostias junto a las manzanas, representando el paso del pecado a la redención; además, se añadían cruces que evocaban la figura de Cristo como el «segundo Adán» (Romanos 5:12).

La tradición evolucionó de las iglesias a los hogares, siendo Strasburgo uno de los primeros lugares donde se documenta esta transición. Un diario anónimo de la época describe árboles domésticos decorados con manzanas, hostias, rosas, ornamentos de papel y elementos brillantes, atendiendo también a elementos bíblicos (Juan 1,5; Juan 8,12). Las hostias eventualmente dieron paso a galletas y bizcochos navideños, mientras que la incorporación de luces añadió una nueva dimensión simbólica. El primer árbol con luces fijas del que se tiene noticia fue en Hannover, Alemania, según relata la princesa Liselotte, duquesa de Orleans, en una carta de 1708 donde rememora las celebraciones de su infancia en 1662 (Cullmann, 1994).

Resulta revelador observar cómo estas tradiciones, nacidas en contextos específicos y tiempos distintos, han evolucionado hasta convertirse en símbolos universales que trascienden su significado religioso original. En un mundo cada vez más diverso, el pesebre y el árbol de Navidad continúan siendo testimonios vivos de cómo los símbolos pueden adaptarse y enriquecerse sin perder su esencia fundamental.

Finalmente, vivir la Navidad, independientemente de nuestras creencias particulares, nos invita a la reconciliación, al encuentro y a la solidaridad; valores que la humanidad necesita cultivar ahora más que nunca. En cada hogar donde se erige un árbol navideño o se dispone un pesebre, se renueva una tradición milenaria que nos recuerda nuestra esencia más profunda. Como bien señaló el filósofo Ernst Cassirer: «El hombre no puede escapar de su propio logro… ya no vive solamente en un universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo» (1944, p. 26). Es precisamente este poder de los símbolos y las tradiciones lo que hace de la Navidad una celebración universal que, año tras año, nos recuerda que más allá de nuestras diferencias, somos capaces de encontrarnos en lo fundamental: la esperanza de un mundo más fraterno y solidario.

Bibliografía

  • Biblia de Jerusalén. (2009). Bilbao: Desclée De Brouwer.
  • Cassirer, E. (1944). Antropología filosófica. Fondo de Cultura Económica.
  • Cullmann, O. (1994). L’origine della festa del Natale [El origen de la fiesta de Navidad]. Brescia: Morcelliana.
  • Directorio Franciscano. (s.f.). La Navidad de Greccio celebrada por San Francisco. Enciclopedia Franciscana. Enciclopedia Franciscana. [En línea]
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