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Opinión

La resiliencia

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Por: José Julián Ñáñez Rodríguez – director del Doctorado en Ciencias de la Educación de la UT y Alejandra Barrios Rivera – magíster en Educación.

El término resiliencia, derivado del latín ‘resilio’ (rebotar, volver atrás), ha experimentado una notable evolución conceptual desde sus orígenes en el campo de la física -donde describe la capacidad de un material para recuperar su forma original tras una deformación (Oriol-Bosch, 2012)- hasta convertirse en un concepto cardinal del desarrollo personal y profesional contemporáneo. Esta transición merece un análisis profundo, especialmente, si consideramos su actual instrumentalización en el capitalismo neoliberal.

La industrialización del concepto de resiliencia representa un fenómeno significativo en nuestra época. La transformación de un término técnico en un producto comercializable refleja, como argumenta Han (2021), los mecanismos contemporáneos de autoexplotación característicos de la sociedad del rendimiento, donde el control y la productividad se han internalizado como imperativos personales.

La narrativa predominante sobre la resiliencia presenta problemas epistemológicos y éticos fundamentales. En primer lugar, la individualización de la responsabilidad en la superación de adversidades ignora sistemáticamente las estructuras sociales, económicas y políticas que generan o exacerban las situaciones adversas. La categorización de individuos como «insuficientemente resilientes» constituye, en esencia, una forma de culpabilización sistémica.

Dicha comercialización del concepto ha conducido a una reducción significativa de su complejidad teórica, operando simultáneamente como un mecanismo de control social. Pues, bajo la apariencia del desarrollo personal, se establece un imperativo de adaptabilidad perpetua que ignora la naturaleza multidimensional del fenómeno. Como señalan Ortega y Mijares (2018), la capacidad de recuperación no es una constante, sino una variable dependiente del contexto y el momento vital. Así mismo, autores como Uriarte (2005) argumentan que la construcción de la resiliencia depende de factores individuales, familiares y socioculturales. Sin embargo, la sociedad actual continúa priorizando exclusivamente la dimensión individual como medida de éxito y adaptación.

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La realidad es que no siempre podemos ni debemos ser resilientes. Hay circunstancias donde el dolor, la frustración o la imposibilidad de adaptación son respuestas naturales y necesarias ante contextos opresivos o traumáticos. La demanda social por «recuperarnos» rápidamente y «salir fortalecidos» de cada adversidad se ha convertido en un imperativo que normaliza el sufrimiento y responsabiliza a las víctimas de su propia recuperación. Esta exigencia de superación perpetua no solo invisibiliza el impacto real de las experiencias traumáticas, sino que añade una capa adicional de violencia sobre individuos y comunidades ya vulneradas.

Una sociedad que requiere ciudadanos perpetuamente resilientes, eternamente dispuestos a «recuperarse» y «fortalecerse», es, en sí misma, una sociedad que necesita ser repensada desde sus cimientos. La cuestión fundamental no radica en nuestra capacidad individual de resiliencia, sino en un sistema que ha normalizado la adversidad constante y convertido la supervivencia permanente en forma de vida.

Por último, es fundamental reconocer que nuestra humanidad reside también en nuestra capacidad de experimentar y procesar el dolor; como señala Pinedo (2019), las emociones y sentimientos incluido los que no son tan agradables como el dolor, la frustración o la pérdida, se encuentran en estrecha relación con los problemas del bien y del mal, de la felicidad, de la vida en comunidad, de la justicia y del sufrimiento que inevitablemente atraviesa nuestra existencia. Esta perspectiva nos permite comprender que el problema no es la falta de capacidad para sobreponernos, sino la existencia de estructuras que demandan una adaptación perpetua a condiciones que, en principio, no deberían ser aceptables. Reconocer nuestra vulnerabilidad y el derecho a experimentar el dolor no es una debilidad, sino un acto de resistencia frente a un sistema que pretende negarnos incluso el derecho a no ser siempre resilientes.

Referencias

Han, B.-C. (2021). La sociedad del cansancio (2ª ed.). Herder.

Oriol-Bosch, A. (2012). Resiliencia. Educación Médica, 15(2), 77-78.

Ortega, Z., y Mijares, B. (2018). Concepto de resiliencia: desde la diferenciación de otros constructos, escuelas y enfoques. Orbis Revista Científica Electrónica de Ciencias Humanas, 13(39), 30-43.

Pinedo Cantillo, I. A. (2019). Vida buena, vulnerabilidad y emociones: La relevancia ética de los acontecimientos incontrolados desde la perspectiva de Martha Nussbaum. Universitas Philosophica, 68(171), 177-204.

Uriarte, J. D. (2005). La resiliencia. Una nueva perspectiva en psicopatología del desarrollo. Revista de Psicodidáctica, 10(2), 61-80.