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Opinión

Hebe de Bonafini, los caminos de la vida

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Por: Germán Sánchez

Hay momentos en nuestro trasegar en que uno se topa con la historia viva, con la esencia de lucha social de la humanidad a través de sus protagonistas, de seres que son un referente de coraje, perseverancia, de lucha por la justicia real y no formal, por el derecho a la vida, el respeto a los derechos humanos, a la verdad de los hechos y que la crueldad no se haga parte del paisaje común y menos si viene por parte de quienes ostentan el poder civil o visten un uniforme militar.

“Ayudar esos pibes, no es posible dejarlos solos en esas broncas. Las tomas deben sentir el respaldo de quienes hemos dado luchas ¿ves?, o si no para qué tantos esfuerzos”, escuché en el pasillo esa voz fuerte que provenía de una anciana que caminaba lento por la mitad del mismo, sostenida del brazo izquierdo por otra mujer mayor y del derecho de un viejo bastón. Giré entonces la cabeza hacia ella, pues estaba inclinado mirando la vieja máquina de coser donde fueron confeccionadas muchas de las pañoletas blancas que luego se convirtieron en símbolo universal de la resistencia pacífica en el clamor hacia los detenidos-desaparecidos, del último periodo de la dictadura cívico-militar que gobernó Argentina de 1976 a 1983.

Me erguí y comencé a mirar las amarillentas pañoletas llenas de frases, fechas y nombres que están colgadas a lo largo y claroscuro pasillo nombrado en el techo como Calle Madres Plaza de Mayo con una placa azul. Fue ahí que nos encontramos frente a frente y la mujer hizo una pausa en su andar. “Hola, buenos días ¿cómo están?” le dije a ella y su acompañante. “¿De dónde sos, de dónde nos acampañás?” Me respondió. A lo que la señora adjunto me hizo señas de acercarme un poco y elevar el tono de la voz. “De Colombia”, les dije y por cortesía apagué la cámara del celular.

Y entonces esa conversación con la historia viva brotó. “Mirá, hay circunstancia de la vida que lo cambian a uno sabes, yo antes de que secuestraran a mi primer hijo -la dictadura- era una mujer corriente, una ama de casa más, ajena a la política, la economía, lo social, como muchas de tu país, de nuestros países entonces; pero la vida nos cambia, los caminos de la vida no son los que uno imaginaba, los que yo pensaba, los que yo creía como lo canta magistral tu paisano en una lindísima canción que desde que la escuché se me convirtió en un símbolo personal ¿sabes? se identifica conmigo y mi ya larga vida”.

¡Claro, así es! Respondí y agregué: “que hermoso lugar tienen para reivindicar la verdad, no dejar morir la memoria histórica, que deben conocer los jóvenes para no repetirla”. Con firmeza y sosteniendo su bastón de forma apretada me ripostó: “es que hay que reivindicar simbólicamente la vida de los desaparecidos, de los que lucharon, se expresaron, de sus actos, rindiéndoles homenaje a lo que hicieron y no solo a su desaparición”.

Y continúo: “Esas cosas de vida me han hecho saber y valorar muchas cosas, interesarme por cosas que antes no. Cosas que son reimportantes y que damos por logradas, pero no; por ejemplo, que no desaparezcan, que no secuestren, que no maten, que la gente pueda expresarse con libertad y no estar de acuerdo; mirá de defenderlas y tenerlas presente muchas veces depende el destino de un país entero ves” y miró arriba y alrededor como invitarme a hacerlo también y se aprestó a marcharse. “Chao”, dijo y continuó su marcha. “Hasta luego. Gracias por la buena conversación”, les expresé.

La vi alejarse y entrar a través de una pequeña puerta de madera, de esas que tienen un vidrio en la parte superior tapado por una cortina, encima del cual se veía un letrero blanco y azul con la leyenda “casa de las madres”, oficina que está en la parte sin acceso al público del Centro de Memoria Madres Plaza de Mayor.

Pues sí, me había topado esos minutos con Hebe de Bonafini o Hebe María Pastor de Bonafini, su nombre completo, o Kika, como le dicen cariñosamente, a quien la vida no solamente le cambio con el trágico suceso del secuestro y la desaparición de su hijo José Omar en 1977 en la ciudad de la Plata, sino cuando volvió a ocurrir con su hijo Raúl Alfredo en diciembre del mismo año, y se repitió con la esposa de su primer hijo desaparecido Elena Bugnone en 1978, todos desaparecidos y asesinados por la dictadura. Hebe activista argentina, presidente (desde 1979) y cofundadora de la Asociación Madres Plaza de Mayo, era con quien había tenido el gusto de hablar esa mañana bonarense.  Me reí y pensé “la foto, no tomé la foto” en la charla. Hasta quienes atendían el lugar en ese momento luego me preguntaron por qué no había hecho el registro, si Kika no era de tener muchos diálogos de pasillo sino en su oficina y muchas veces con cita previa dados sus 90 y tantos años de edad. En fin, de esas buenas experiencias se quedan en la caja fuerte de mi memoria y en el libro sobre su vida que adquirí después de saber quién era.

Periodista del ámbito político administrativo y regional, con experiencia en diferentes medios de comunicación, director de Enfoque TeVe.