Opinión

Duvalier, Lemos, Norma Hurtado y Losada, algunos de los candidatos paracaidistas del Tolima

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Por: Dahian García Covaleda

Cada cuatro años, el Tolima vive un ritual que ya parece parte del calendario agrícola, germinan de la nada candidatos que nadie conoce, figuras que nunca han se han dado un ‘tercerazo’ en Ibagué o tomado avena en Venadillo, que no saben que la lechona no tiene arroz, que no distinguen entre Flandes y Girardot, pero que de pronto aparecen con sonrisas de valla, promesas de último minuto y una súbita devoción por la identidad tolimense.

Vienen, literalmente, de paso. Son los famosos “paracaidistas”, esos políticos que saltan sobre el territorio en época de campaña, recogen votos como quien recoge cosecha ajena, y luego desaparecen con la misma velocidad.

El fenómeno no es exclusivo del Tolima, pero aquí tiene consecuencias más visibles. El Senado, al ser de circunscripción nacional, invita a que candidatos con bases débiles en sus departamentos, o con aspiraciones superiores, busquen votos en regiones donde jamás han construido presencia. Y el Tolima, por su tamaño medio y sus votaciones relativamente estables, se convierte en un terreno fértil para ese recorrido electoral.

Lo curioso es que el departamento sí tiene liderazgos locales, con raíces, historia y trabajo; pero, aún así, muchos ciudadanos terminan frente a tarimas llenas de figuras que no saben pronunciar Chaparral o que confunden la chicha con el guarapo. Y lo más grave, varios llegan sin una sola propuesta específica para el Tolima. No conocen sus retos en infraestructura, ni su lucha eterna por vías terciarias, ni la situación del sector agrícola, ni la deuda histórica con el sur del departamento, ni el potencial científico y cultural que sigue sin apoyo real.

Los paracaidistas ofrecen algo claro, discursos genéricos y promesas que podrían servir igual en Guainía, Quindío o Sucre. Eso es exactamente lo que empobrece nuestra representación, votamos por personas que no comprenden el territorio, y luego nos sorprendemos cuando el Tolima no aparece en las prioridades del Congreso.

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Pero la responsabilidad no es solo de los candidatos. También es nuestra. Somos nosotros quienes debemos exigir coherencia territorial, presencia antes y después de las elecciones, propuestas reales y entendimiento de las necesidades locales. No basta con una visita fugaz al Parque Centenario o una foto en el IBAL para convertirse en representante de un pueblo. La representación no es turismo político.

Este fenómeno también revela algo más profundo, la desconexión entre los partidos nacionales y las regiones. Cuando las colectividades deciden armar listas con nombres importados, están enviando un mensaje claro, el voto tolimense es una cifra, no una comunidad. Y mientras esa lógica persista, seguiremos viendo candidatos que vienen al Tolima solo a “hacer mercado” electoral.

El Tolima merece más que un aterrizaje político cada cuatro años. Merece representación real. El resto son solo paracaídas cayendo sobre tierra que nunca sembraron.

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