Opinión
Democracia o Infocracia en la era digital
Por: José Julián Ñáñez Rodríguez
¿Estamos realmente libres en la era digital o simplemente hemos cambiado una forma de control por otra más sutil y efectiva? En la actualidad, nos enfrentamos a una transformación imperceptible pero profunda: la Infocracia. Este sistema, conceptualizado por el filósofo Byung-Chul Han, se distingue radicalmente de la democracia que comúnmente conocemos. Mientras esta última se basa en el debate informado, la deliberación y la participación ciudadana, la infocracia se sustenta en el flujo constante de datos, la sobreexposición y la manipulación de la información.
En la infocracia, el poder ya no se ejerce primordialmente sobre los cuerpos, como en los regímenes disciplinarios del pasado, sino sobre las mentes, no se explotan cuerpos y energías, sino información y datos; la dominación se presenta bajo la apariencia de libertad y conectividad ilimitada. Los ciudadanos, creyéndonos libres y autónomos, nos convertimos inadvertidamente en productores y consumidores incesantes de datos, alejándonos de la reflexión crítica y la participación genuina que requiere la democracia.
La diferencia fundamental entre estas concepciones radica en su relación con la verdad y el conocimiento. La democracia aspira a construir consensos basados en hechos y argumentos razonados tomando como base al pueblo. La infocracia, en cambio, opera en un régimen de posverdad, donde la emoción y la opinión personal tienen más peso que los hechos objetivos. Como advierte Han, «la información es adictiva y acumulativa, la verdad un cambio narrativo e inclusivo». En este contexto, la cantidad de información supera a la calidad, y la velocidad de transmisión se impone sobre la profundidad del análisis.
Este escenario plantea un riesgo aún mayor: la proliferación y manipulación deliberada de información falsa con el único propósito de generar reacciones emocionales. Pues, la veracidad de un dato es secundaria a su capacidad de provocar una respuesta afectiva inmediata. Las noticias falsas, los «hechos alternativos» y la desinformación se convierten en poderosas herramientas de control social, capaces de moldear la opinión pública y dirigir el comportamiento colectivo sin recurrir a la coerción directa.
Este nuevo paradigma amenaza los cimientos mismos del Estado de derecho. Como nos advierte el filósofo Guillermo Hoyos, lo público es el fundamento del Estado de derecho, actuando como puente entre la sociedad civil y las instituciones políticas. La infocracia, con su lógica de atomización y sobreestimulación informativa, erosiona este espacio público vital para la democracia, poniendo en riesgo el estado de derecho. En palabras de Han, «el régimen de la información se rige por los siguientes principios topológicos: las discontinuidades se desmontan en favor de las continuidades, los cierres se sustituyen por aberturas y las celdas de aislamiento por redes de comunicación».
Ahora bien, si llevamos esta reflexión al ámbito universitario, tradicionalmente bastión de pensamiento crítico, de la deliberación y representación de la pluralidad; el panorama de desinformación y manipulación emocional no debería ser la norma en de instituciones que aspiran a formar ciudadanos éticos y comprometidos con la sociedad. En este espacio, la información, lejos de ser una herramienta de control, debería servir para empoderar a los miembros de la comunidad educativa, fomentar el diálogo constructivo y facilitar la toma de decisiones informadas.
Ante esto nos encontramos en una situación paradójica. Pues, las instituciones que deberían ser el baluarte contra la desinformación y el pensamiento superficial se ven a menudo atrapadas en dinámicas que replican el discurso del temor y la desinformación. Incluso en estos espacios académicos, no es inusual observar cómo la manipulación sutil de narrativas puede afectar la reputación de individuos o instituciones, priorizando intereses particulares sobre la búsqueda objetiva de la verdad.
Como se ha discutido en columnas anteriores y en el programa «Academia y Región: Voces del Campus», las nuevas tecnologías y redes sociales son herramientas indispensables en el contexto educativo actual. Sin embargo, es necesario revisar y evaluar detenidamente la información que circula en estos medios, para que la universidad no se convierta en un mero amplificador de datos. La tarea de la academia en la era de la infocracia es doble: aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías para la difusión del conocimiento, mientras se mantiene como un espacio de reflexión crítica y construcción de democracia.
Frente a este desafío, es imperativo que reafirmemos el papel de la universidad como espacio de resistencia y construcción de lo público. Debemos cuestionar la lógica de la visibilidad permanente a la vez que promovemos espacios de reflexión, de confrontación y participación que vayan más allá del intercambio superficial de opiniones. Como nos recuerda Han, «hoy vivimos presos en la caverna digital, aunque creamos que estamos en libertad nos encontramos encadenados a la pantalla». Nuestra tarea es romper estas cadenas y recuperar el valor de la verdad en un mundo saturado de información.