Opinión

Cuando las mujeres aspiran, las envidias transpiran

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Por: Gustavo Collazos

Adriana Magali Matiz emerge como alternativa real para la Gobernación del Tolima, en una época de tendencia y ascenso de los liderazgos femeninos y de decadencia de las viejas maquinarias políticas, que aún después de medio siglo de ostentar el poder en distintas formas y momentos hablan de deuda social, cuando ellos son deudores morosos del Tolima.

Su ancestro y proceder liberal, su tolerancia con las ideas, su capacidad intelectual, la cual le ha permitido con sobrados méritos desempeñarse en el poder público con honores, hacen que hoy a su alrededor coincidan distintas formas de pensamiento, expresión y acción política, así como distintas generaciones de ciudadanos libre pensadores.

Adriana, como su nombre lo indica en las sagradas escrituras, significa «la que el pueblo ha elegido”, y hoy en el Tolima significa un presente virtuoso y un futuro esplendoroso, mientras que sus detractores significan pasado vergonzoso y futuro incierto.

Se le cuestiona todo. Hasta su apariencia física, pero esa es una tendencia del machismo propio de la política tolimense y de la mediocridad característica de quienes le quieren poner obstáculos a su protagonismo en el necesario relevo generacional.

Mientras la coalición liderada por el Partido Conservador, así como el Partido de la U, presentan dos mujeres jóvenes y dinámicas con  propuestas, plantean debates, soluciones, visiones de desarrollo integral para el Tolima, el  Liberalismo jaramillista persigue sus copartidarios, invita a unir esfuerzos para sacar a Barreto del poder y no sabe ni cómo, ni para qué, pues solo disparan dardos especulativos y cuando les preguntan su propuesta dicen que la están confeccionando hasta ahora, pues no les bastó 50 años de liderazgo político para conocer y proponer un programa de gobierno serio.

Hace unos días llovieron rayos y centellas contra la joven lideresa, el motivo fue porque se sentó en un compartir amplio donde entre muchos estaba el exministro Alberto Santofimio Botero.

Mientras que esta semana se supo que Jaramillo prácticamente le entregó el poder liberal de Ibagué al alcalde Hurtado, a cambio de unos votos y unos puestos burocráticos.

Sí señores, se entregó al mismo que cuestionó y denunció por barretista y corrupto. Al mismo que torpedeó el legado de su hermano, el petrista Guillermo Alfonso Jaramillo, al mismo que no terminó las obras que el chatarrero defraudó y cuyos escombros reposan en una de sus antiguas fincas.

Sin autoridad moral alguna, señalan y cuestionan, mientras pecan en la oscuridad de los pactos típicos de titiriteros y politiqueros. El perdón social de Petro seguro será para Santofimio y para todos aquellos que estén inmersos en delitos como los de los Juegos Nacionales.

Jaramillo y todos los políticos de la vieja guardia compartieron y comparten espacios, muchas veces en secreto, como aconteció con las reuniones de Jaramillo con el gobernador Orozco, dónde solo se sabe el lugar y qué fue el almuerzo.

Después salen a señalar la corrupción. ¿Será por qué no les untan la tostada es que se ponen así de bravos?,

¿O cómo explican que hoy Hurtado ya no es corrupto y negligente, sino un aliado del denominado Toconbar?

Ser coherente es un reto grande para la clase política del Tolima, lo cierto es que dos mujeres se disputan la Gobernación con un hombre sexagenario, que representa el viejo discurso que nada soluciona y nada plantea, y de corrupción mejor ni hablar el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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