Opinión

¡Cantinazo, a esta hora!

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Por: Gustavo Campo Menco

El gusto por los Corridos Prohibidos y su origen latinoamericano. Dice la estrofa: “Salieron de San Isidro, procedentes de Tijuana. Traían las llantas del carro, repletas de hierba mala. Eran: Emilio Varela y Camelia, “La Texana”.”

Fotograma de la película “No Country for Old Men”. Dirigida por los hermanos Coen. Basada en la novela “No es país para viejos”, de Cormac McCarthy.

Y así comenzó todo. Un negocio de drogas, el amor despechado de una mujer de armas tomar, siete balazos, y había nacido un género musical. El Narcocorrido. Era 1972, cuando un grupo de muchachos, llamados “Los Tigres del Norte”, compusieron una canción que no se parecía absolutamente a nada de lo que había por aquel entonces, en la radio. Se llamaba “Contrabando y traición”.

Los “Tigres del Norte”, evidentemente, no inventaron el corrido. Había corridos en la época de la revolución mexicana y, ni siquiera habían inventado los corridos sobre contrabandistas y delincuentes. Ya en la época de la Prohibición norteamericana, se escribían y se cantaban corridos sobre “Los Tequileros”, los contrabandistas que pasaban alcohol a los Estados Unidos. Pero, “Contrabando y traición”, era distinta. Para empezar, era un corrido inventado. Los corridos solían estar basados, normalmente, en hechos reales; con nombres, con fechas. No existieron un “Emilio Varela”, y una “Camelia, “La Texana””, pero la realidad que retrataba esa canción, sí que existía. 1972 era una época del auge del contrabando de drogas en la frontera mexicana. La gente conocía los códigos, conocía a los personajes o al menos los estereotipos en los que estaban basados y la canción era tan diferente que se convirtió en un éxito inmediato, en una leyenda. Y en México, las autoridades y los medios de comunicación, no se lo tomaron nada bien. Era una provocación, una música insultante, y eso solo hizo acrecentar el interés del público.

Esta canción tuvo hasta dos secuelas: “Ya encontraron a Camelia”, en la cual, la banda de Emilio Varela termina acribillando, a balazos, a “Camelia, “La Texana”” y al hijo de “Camelia”, en la cual, el hijo de “Camelia, “La Texana””, busca a los asesinos de su madre. Pero hubo otra secuela mucho más importante. El narcocorrido había nacido y ya no había quien lo detuviera. El género había nacido en Sinaloa. Un estado que desde hace más de un siglo tiene su nombre ligado a las drogas. Primero fue el opio, luego la marihuana y luego cuando la DEA empezó a complicarle las cosas en el Caribe a los narcotraficantes colombianos, la cocaína.

Es una región que tiene el crimen organizado como parte indisoluble de su historia, como puede ser Sicilia en Italia, o Marsella y Córcega en Francia, y también fue el lugar de nacimiento de Jesús Malverde, “El Bandido generoso”, “El Ángel de los pobres”, “El Narco santón”, “El Robin Hood norteño”, que se convirtió por obra y gracia de sus milagros en el santo patrón de toda la gente del narco. No es un santo que figure en el santoral de la Iglesia Católica, pero es el único que puede rivalizar con “La Santa Muerte” en cuanto a su popularidad entre la gente del hampa. A él también se le dedican canciones.

Allí también nació el primer mártir del narcocorrido, “Chalino” Sánchez. Si “Los Tigres del Norte” pusieron el género sobre la mesa, fueron las letras de “Chalino” las que contribuyeron a darle la forma que tiene actualmente. Eran letras mucho menos líricas, mucho más desgarradas, mucho más descriptivas. “Los Tigres” eran músicos, pero “Chalino” era algo más. Era un tipo que vivía a la brava. Que subía al escenario con una escuadra, una pistola calibre 45, metida en el cinturón. Una pistola que tuvo que utilizar en una ocasión, el 24 de enero de 1992, cuando un hombre llamado Eduardo Gallegos se subió al escenario con la intención de matarlo, y allí mismo se agarraron a tiros. La cosa se saldó con un muerto y diez heridos, entre ellos, “Chalino” y su atacante, y fuera quien fuese el que le tenía ganas, finalmente se terminó cobrando la pieza, porque “Chalino”, el 16 de mayo de ese mismo año, fue encontrado muerto con dos impactos de bala en la cabeza. Y como suele suceder con todos los mártires, “Chalino” se convirtió en leyenda. De Sinaloa a Los Ángeles, no dejaban de sonar sus canciones.

Los 90 fueron la época de “Los Chalinitos”. Jóvenes que se vestían, cantaban, se movían y se comportaban como su ídolo. A pesar de su popularidad, los narcocorridos estaban afuera de los circuitos comerciales, así que en Sinaloa surgieron un montón de pequeños sellos discográficos donde grababan “Los Chalinitos”. El más exitoso de estos fue “El As de La Sierra”, que tenía títulos tan sugerentes como “Dicen que soy traficante”, “Entre perico y perico”, “Patrón de patrones”, “Pobres federales”, y que decía de su profesión en una entrevista: “Esto de la cantada, es un trabajo como de un periodista. Por decir: A mí me pagan por hacer un corrido. Yo lo hago, ¿por qué no? Para mí, no es un delito, porque es mi trabajo. Entonces si a mí me llega un narcotraficante y me dice que le componga un corrido, yo lo hago con gusto.” Y también reconocía que su trabajo, y por eso llevaba un guardaespaldas, es peligroso. Porque entre otras cosas, los narcos tienen sus manías, y si un cantante le dedica la canción a uno, y este tiene un enemigo que se lo toma a mal, pues es el cantante el que puede resultar perjudicado.

Y es que, como los antiguos reyes, como los antiguos caballeros andantes, como los antiguos bandidos, cada jefe debe tener su canción. Una o varias, hasta el punto de que personajes de series televisivas como el caso de “Walter White”, alias “Heisenberg”, protagonista de “Breaking Bad”, tiene una canción hecha por la banda “Los Cuates de Sinaloa”, titulada: “Negro y Azul (Corrido de Heisemberg)”. Este encargo de los productores sirvió para resaltar que el protagonista de la serie ya había alcanzado el estatus de capo del narcotráfico.

Y por cierto que, “Los Cuates de Sinaloa”, también saben en primera persona lo peligroso que puede ser interpretar esta música. En 2011 sufrieron un atentado cuando un grupo de desconocidos acribilló a tiros la camioneta de su representante, que iba justo delante de la suya, y ellos huyeron a toda prisa a los Estados Unidos. Allí estuvieron escondidos algunos días, porque temían que aquellos desconocidos todavía los buscaban. Las razones nunca se saben. Pero cuando muere un cantante de narcocorridos, y sucede con relativa frecuencia, la razón puede ser, simplemente, como dice una estrofa de “Negro y Azul (Corrido de Heisemberg)”: “Anda caliente el cartel, al respeto le faltaron.” Y en el mundo del narco, el respeto es una cosa muy importante.

Los narcocorridos de encargo no son muy diferentes a los poemas que encargaban a los juglares los señores medievales. El que realiza el encargo, se encarga de precisar qué detalles tiene que ir en la canción. Puede ir el nombre, o no. Pero sí que hay detalles que identifican al personaje, por supuesto, que es muy bravo, que le gustan las mujeres, que surgió desde muy abajo, y algunas referencias a hazañas personales.

Algunos de los corridos son de encargo. Otros no. Otros surgen directamente por la presión de la actualidad, como diríamos los periodistas, pero cada vez hay más corridistas que optan por letras menos comprometidas, letras ficticias, letras que son menos peligrosas para su integridad física. Pero aun siendo ficticias, no son menos auténticas, porque precisamente el éxito del narcocorrido es que la gente se pueda identificar con las cosas que allí se cantan. Pero a veces no hay elección. Le sucedió a Antonio Uriarte, un músico y productor de Badiraguato, que en su día compuso un gran éxito sobre la fuga de “El Chapo” Guzmán, del Penal Federal de Puente Grande. Pues, Antonio Uriarte, en una ocasión fue secuestrado en su propio estudio, por hombres armados que pretendían que les escribiera un corrido y no lo dejaron ir hasta que estuvo terminado.

Sobre todas estas historias podemos conocer un poco más en el libro “El cartel de los Corridos Prohibidos”, de Carlos Valbuena Esteban, publicado en el año 2006. Es un libro difícil de clasificar. El autor mezcla testimonios y sucesos con una narrativa que evoca las historias de espías, donde él se convierte en una suerte de infiltrado, en el universo crudo de la música norteña, y recoge en una combinación de reportaje y novela, los detonantes de esta narrativa popular. Con ello logra entregar un relato veraz, detrás de las historias de los corridos y de los músicos compositores de este género postmoderno, explosivo en todos sus aspectos.

Carlos Valbuena Esteban es Licenciado en Letras de la Universidad Central de Venezuela, donde también ha cursado estudios de Maestría en Literatura Comparada y lleva muchos años viviendo en Colombia, desde donde se ha asomado al mundo que llena las páginas de su libro. El contenido también permite recorrer en primera persona la vida de Alirio Castillo, el primer promotor colombiano de música norteña. De la mano de él, conocemos el génesis del gusto por los Corridos Prohibidos en Colombia.

Alirio Castillo relata en el capítulo “Memorias de Don Alirio”, que una tarde de 1995, viajaba por carretera hacia una finca en Chinauta, una población ubicada a tres horas en carro al sur occidente de Bogotá, en la vía que conduce al departamento del Tolima. Iba acompañado por su amigo, Orlando Marín, dueño de la finca a donde se dirigían. En el trayecto, Orlando encendió el pasacintas del carro y puso a reproducir un casete. El repertorio era variado, traía canciones de Los Rayos y Los Tigres del Norte, y hubo dos canciones que llamaron la atención de Alirio: “Cruz de marihuana” y “La pista secreta”.

Alirio pidió el casete a Orlando, para verificar títulos e intérpretes de esas dos canciones, ya que era un casete pirata. Días después se contactó con Fernando Sarmiento, director de Radio Recuerdos, y le pidió que le ayudara a conseguir esa producción. La averiguación se hizo con llamadas entre Bogotá y Los Ángeles, y tuvo como resultado el contacto con Pepe Montaña, representante del grupo en Colombia. Alirio compró los derechos de las dos canciones y con ellas completó la producción del disco “Cantina Abierta Vol. 1”, en 1995. Allí supo que “Cruz de marihuana” y “La pista secreta”, fueron ofrecidas a muchas productoras y por temor a sus temáticas, nadie quiso recibirlas.

De esa producción, Alirio relata que logró posicionarla, gracias a la canción que abría el listado: “Te caíste conmigo”, interpretada por Patricia del Valle. El éxito de “Cantina Abierta Vol. 1” significó el salto definitivo en las producciones de música norteña. Un año después del lanzamiento, aparecieron otras agrupaciones que querían que Alirio las ayudara a promoverse en todo el país. Entonces Alirio armó un listado de canciones de esas bandas.

El resultado de aquella aventura fueron 16 canciones, aunque el CD tiene 15. Alirio relata cómo uno a uno, los grupos sumaron las canciones. Los Astros De Durango ofrecieron: “Pacas de a Mil” y “Camión Sobrecargado”; La Furia Norteña entregó: “El Carro Negro”, “El Rey de los Capos” y “El Cartel de Cali”; Las Águilas del Norte tenían: “El Cartelazo”; Uriel Henao y sus Tigres del Sur presentó: “La Kenworth Plateada”, “No Soy Culpable”, “Corrido del Cocalero” y “El Gran Mafioso”; Grupo Exterminador, de México, incluyó además de “Cruz de Marihuana”, “El Diablo de Sinaloa” y “El Perro Negro”. Ahora había que pensar en el nombre de disco. Para ello fue fundamental una llamada de Edgar Peralta, director de Los Coyotes, quien, desde Nueva York, le contó a Alirio que el un álbum Corridos Prohibidos, de Los Tigres del Norte, vendía mucho en ese momento. El nombre de ese disco fue clave. Estaba naciendo así, en Colombia, “Corridos Prohibidos Vol. 1”.

Con las canciones listas, venía el proceso del lanzamiento. Alirio lo relata así: “Entonces llegó el momento de pensar cómo sería la carátula. Tenía que llevar todos los símbolos del narcotráfico: reinas de belleza, caballos, armas, camionetas “todo terreno”, helicópteros de persecución, avionetas ejecutivas, explosiones y, por supuesto, un logotipo llamativo. Inicialmente quería que el logo fuera como una señal de tránsito perforada por varios balazos, pero los creativos no me supieron captar la idea y quedaba también muy saturada. Se corría el riesgo de perder impacto con tantos adornos y decidí dejarla así como salió.”

El relato de lo que sucedió con el lanzamiento de ese disco, merece un aparte especial, ya que los detalles reseñan un período y un episodio en la historia de Colombia, la fumigación de los cultivos de coca y la marcha de los cocaleros que protestaban contra esas fumigaciones en 1997, que para bien o para mal, fue el escenario propicio para que la música norteña y los corridos prohibidos, explotara en el gusto de sus seguidores. Esta historia encontró un complemento con las emisoras de provincia, pues eran las primeras en reproducir las canciones.

Esta historia continua en la siguiente entrega de la columna Pasajeros en la vía, con el especial “¡Cantinazo, a esta hora!”, que relata el gusto por los corridos prohibidos y las historias de sus orígenes latinoamericanos.

 

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